martes, marzo 20

Veía en sus ojos el miedo a dejarme, sentía sus manos temblorosas acariciándome el cabello y sólo atiné a sonreír, porque era él, con esa dulzura, diciéndome, sin palabras, que me amaba, como yo a él, o talvez no, pero que me amaba. Lo besé, casi sin rozar sus labios, suave y con ternura y le tomé fuerte las manos, para después abrazarlo, confiándole mi alma a la suya y dejando que sienta lo fuerte que hacía latir mi corazón. Se fue, porque tenía que irse, pero antes, sin notarlo, me tatuó sonrisas en la piel.


Unos meses después, regresó, con esos ojos tiernos, llenos de ilusión y mojados por las lágrimas y con esa sonrisa que amaba llenar de besos, me miró y no tardamos en unirnos en un abrazo silencioso pero repleto de amor, lloré, feliz de tenerlo una vez más entre mis brazos y, cobijada en su pecho y en su abrazo, caí en un sueño.








Entonces desperté, sola y en mi cama, con el celular que me decía que era momento de volver a la realidad. Sí, había sido todo un sueño. Todo, hasta el amor.