jueves, abril 7

Mi Huancayo

Yo soy autóctona, indígena, chola, soy chola. Soy chola -porque- extraño mi cielo serrano en las mañanas, celeste y brillante, con nubes que dibujan siluetas, mi cielo repleto de estrellas por las noches, con los cerros a lo lejos, pintados de verde, ese cerro con una sola casita a la que llega el sol de lleno a cierta hora de la tarde, mi cielo poderoso, atemorizante, nada risueño y muy enojado, que retumba y patalea, anunciando un chaparrón de los buenos, mi cielo iluminado por completo a cada rayo, para que después los truenos se encarguen de avisar que las nubes ya se han roto, listas para llorar hasta que les expriman las entrañas y caiga la lluvia, renovando los valles y los corazones, caiga esa lluvia que no moja, que empapa, que forma ríos y obstruye calles, que libera del ruido de los autos, porque no te deja oírlos, que se lleva la luz, para ser la reina de la noche, la protagonista, para tener esa clase de noches tertuliosas, ricas en reflexión y carentes de máscaras; para después, poco a poco, emprender su camino de despedida, dejándote acurrucado, calentito, en esas noches dulces, sazonadas, donde la soledad es tal que estás sólo, acompañado por la lluvia -qué rico-.
Extraño, también, despertar a la mañana con un sol enceguecedor y el olor a mondongo o chicharrón, un buen café pasado y los murmullos del día, que recién comienza, extraño el pan bollito repleto de miga, donde la mantequilla se esconde, se reparte, se acomoda, el pan francés crujiente, acompañando un quácker humeante.
Extraño la tiendita al lado de la casa de mis abuelos, a Aida -la señora gordita, dueña del negocio- hablándome del clima o tratando de venderme algún cosmético por catálogo, extraño -en el camino de vuelta- darme un saltito a la casa de mis abuelitos y ver sus sonrisas al saber que solo entré para saludarlos y darles un abrazo, extraño el jardín trasero de mi abuela, sentarme con ella a comer mango, uvas o cualquier fruta de estación, mientras sus recuerdos se confunden con quejas sobre mi abuelito, donde sus sonrisas, de a ratos, se convierten en llanto, el sonido del llama ángeles de piedra que cuelga del ciruelo, anunciando que la tarde está en camino y, con ella, el sol emprendiendo la retirada, el susurro del viento diciendo que es momento de que Linita vaya a acompañar a su viejito a ver "Bonanza" o a jugar un partido de cartas -aunque de cualquiera de las dos maneras, él termine tomando una siesta-.
Extraño el lonchecito, con mi abuelito diciendo: "Justo hay manjarcito, ¿a quién le gusta? -señalándome con los ojos- ¿a quién le gustará, no?", sonreírle y comer 5 o 6 panes -aparte de porque me encantan- para oírlo decir, orgulloso, "esa es mi nietecita, no tiene nada de huantina, qué gusto da ver comer a la más chiquita de mis nietas", extraño que se excuse porque ya es hora de que descanse, extraño a mi abuelita, sentada en su silla con cara de cansada, pero ahí porque disfruta nuestra compañía y sabe que nosotras, la suya.
Además, extraño los domingos de caminata con Llubi, los domingos temprano, pasando el convento de Ocopa para llegar a nuestro paraíso escondido, mientras en el camino las plantaciones de alcachofa se mezclan con gallinas cacareando y pequeños cerditos amamántandose bajo su rechoncha madre, llegar a nuestro cerrito, nuestro bosquecito de cuento, y sentir el olor a tierra húmeda que trata de librarse de los vestigios de la lluvia, el musgo verde, intensamente verde, sonriendo depresivo a nosotras, las extrañas, el olor a eucalipto, sus hojas cayendo a nuetsros pies, los atajos improvisados, la mesa de piedra en la que me echaba a ver mi gran Valle del Mantaro, mi valle verde, por ratos gris, colmado de árboles, pero también de casas, anuncios y comercios -que van en aumento constante- extraño mi Huancayo, el bonito y el caótico, el lluvioso y el de sol seco, asfixiante, con olor a axilas y techno-folklore de fondo musical; el cálido, que me deja observarlo, apacible, y sentirme plena desde el sofá de mi casa, escuchando Bossa Nova con letras andinas, extraño mi Huancayo que intenta ser Lima, mi Huancayo que llena Real Plaza todos los días, mi Huancayo que prefiere un pollo soso y diminuto de KFC, que unos anticuchos sabrosos del Parque Túpac, mi Huancayo que ahora vende helados de leche fresca en pleno centro comercial, mi Huancayo que se enorgullece del teatro, del arte, de sus artistas, mi Huancayo que abuchea y vende, las cosas que acaba de robar, a 2 cuadras del lugar que más capital percibe en toda la región, extraño a mi Huancayo con las cosas que me encantan -me enamoran- y con las que sueño con cambiar, extraño mi Huancayo pueblo más que mi Huancayo ciudad, extraño mi Huancayo, mi delicioso y cholo, muy cholo, Huancayo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

què rico huancayo !

Jimena Sarapura Carbajal dijo...

Taaaaan cierto Frey, que lindo escribes.