lunes, noviembre 5

Un día, hace 2 años, casi 3, estaba llorando por esas cosas por las que llora una cuando tiene 17 y, mientras lloraba, solo dos personas en el mundo estaban a mi lado, mientras una me calmaba: me decía que las cosas se iban a arreglar y que eso que tanto quería se iba a dar, la otra desapareció "está bien -pensé-, no nos conocemos mucho, seguro la aburrí", pero, entre mis lágrimas la vi regresar, con un dulce en la mano, sonrió y dijo que era para mí. ¡PARA MÍ! nos conocíamos poco, podía ser una loca engreída, llorando por cualquier tontería, pero vino ella, con toda su dulzura y me hizo sonreír. Después de eso, las historias van cayendo una sobre otra y no logro distinguir si algún momento ha sido más importante que otro, no atino a saber qué la empujó a ser tan buena, mentira, sí lo sé: ella es así. Con el tiempo, descubrí (o aprendí, no lo sé) que nos parecíamos en muchas cosas, que Calamaro nos enloquecía por igual, que la comodidad nos importa más que lo demás, que reímos como tontas, que ella también escribe, que los chicos con barba nos parecen lindos, que nos gusta comer, que nos encanta comer, descubrí eso y otras cosas más, pero, lo que más me gusta de todo lo que aprendí es que la amistad que tengo hoy con ella no es intercambiable, que si me preguntan cuánto la quiero no podría ponerle un tope a todo lo que la amo, que con casi nadie me río como lo hago con ella, que, muchas veces, es mi mamá, que es dulce como ella sola y que, no importa cuántas veces se lo haya dicho ya, siempre voy a tener un 'gracias' nuevo para decirle, porque solo ella sabe todo lo bueno que ha hecho por mí. Ahora, elegiré callar todo lo demás que hace que la ame tanto, para evitar el tener que compartirla con más gente. Como si hiciera falta añadirlo, diré que la tengo en lo más alto de mi cariño, literal. Te amo, Altuchi, gracias por ser.

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