domingo, marzo 1

aeropuertos

Dos hombres aprietan fuerte sus ramos de rosas rojas, uno se alza en las puntas de sus pies y espía a quienes llegan, el otro está sentado, no deja de mover su rodilla derecha con rapidez, con ansiedad. Ninguno se ha visto, no se reconocen como parte de un grupo, no conocen sus rostros, ni sus motivos, no son conscientes de la existencia del otro, pero ambos esperan, ambos ansían la llegada de alguien. Aparece una monja que mira con atención al hombre sentado a mi lado, como si algo en él la llamara a hacerse preguntas, él no la mira, ni siquiera la nota, está concentrado en algo más, su mirada está perdida, piensa en alguien más importante que la multitud que lo acompaña aquí, sueña con algo aún más grande o talvez sólo piensa en si comprar una Coca o un café. Una señora parada delante de mí tiene un globo con forma de Mickey Mouse y un polo que dice "lo lograste, campeón", ha llegado su nieto y tiene los brazos abiertos listos para encontrar el cuello de su abuela, se les ve felices y eso me hace sonreír mientras no dejo de ver a los hombres con los ramos de rosas, la monja se me ha unido y ambas observamos al que está sentado: un señor mayor, de cabello blanco, muy bien peinado y con un saco a cuadros; la monja me abandona, llegaron sus amigas (otras monjas sonrientes). Fito está en mis oídos y mis ojos siguen sobre Tolomeo, a quien acabo de bautizar así, porque parece un nombre que le iría bien, su mirada sigue puesta en la puerta de la que salen todos, menos quien él espera, pero eso no lo desanima, parece emocionarlo más, como un niño que observa con emoción las últimas curvas que lo separan de su destino después de un largo viaje, parece pensar que cada persona es una menos de las que faltan para que por fin pueda dar ese abrazo que se nota que tanto espera.