jueves, marzo 31

ese tú

En días como hoy, necesito un tú, no un tú que me abrace o me bese, un tú que me contenga y me deje explotar, un tú que me escuche y que, al escucharme, transforme mi preocupación y mi dolor en estados más leves, más livianos, más fáciles. Un tú que, aun cuando no tenga las palabras precisas, me haga sentir que las tiene, un tú que, sin tomar mis manos, pueda darme paz y, talvez, una sonrisa, un tú que, sin secar mis lágrimas, haga que decidan dejar de caer, un tú que sepa cómo tocar cada parte de mí con su alma y tranquilice mi ansiedad, un tú que, sin notarlo, me enseñe a respirar, a vivir fácil, a vivir. 
En días como hoy, necesito ese abrazo que no necesita ser abrazo para dejarme ir, para dejarme estar, en días como hoy, necesito un tú que sea ese tú que me dejabas creer que estaba siempre para mí.
En días como hoy...hoy, te necesito.

martes, marzo 29

De algún lugar

Yo no sé ser de ningún lugar, talvez es porque tampoco sé ser de alguien, ni siquiera mía; en teoría, soy de Huancayo, aunque ahora soy de Lima más seguido y, dentro de poco, voy a ser de algún otro lugar que me enamore y me deje inventarlo a mi antojo, pintarlo con mis ganas, contarlo como me parezca adecuado. Crecí mirando un peral desde mi ventana, con mis abuelos a pocos pasos de casa, listos para engreírme siempre, crecí viendo a mamá enseñándoles a otros niños a crecer mientras me ayudaba a crecer a mí, me hacía reír y reía conmigo, crecí bajo un cielo que nunca se me va a borrar, mirando nubes que siempre se convierten en mis favoritas y una casita en un cerro a la que siempre alumbra el sol, crecí cerca de un río que me gustaba ir a ver todos los fines de semana, crecí jugando con amigos y paseando siempre, crecí creyendo que el mundo era tan grande que se hacía pequeño y que, por eso, en mi ciudad se conocían todos, crecí viendo a mi abuela tejer y hacer dulce de calabaza, crecí viendo a mi abuelo regresar del mercado cargando una sandía solo para compartirla con todos sus nietos, crecí viendo crecer a mi enana y amándola un poco más cada vez, crecí tomando café con papá y mamá en la sala las noches de domingo, crecí en una ciudad que no dejó de crecer cuando yo me fui, crecí donde hoy ya no todos se conocen, crecí en una ciudad a la que cada vez voy menos, que sigue teniendo el cielo del que vivo enamorada y que me dio unos pulmones fuertes y un corazón llenecito de recuerdos lindos, crecí en una ciudad de la que ya no sé si soy, pero que es mía y siempre va a ser mía. Luego, un día, después de despedirme como pude, juntar las cosas que quería traer conmigo, llorar un poco -llorar bastante- y abrazar fuerte a mamá, metí mis miedos al bolsillo y me vine a Lima, perdí mi cielo, pero, por suerte, me recibió un cielo de verano con algunas nubes que calmaban mis lágrimas y mi nostalgia, empecé a vivir sin mamá y con amigas, seguí creciendo, pero, ahora, crecía en una ciudad extraña, en una ciudad distinta, que siempre me había dado buenos recuerdos de verano, pero que no me había dejado vivir su caos, su mucha gente, su desorden y su velocidad, seguí creciendo, entonces, en una ciudad que no era mía, pero que me dejaba ver una huaca que abrigaba lindas puestas del sol, que me permitía aprender con mis amigas a vivir sola, a quererla, a reírme hasta tarde por las noches y a estudiar en la universidad, seguí creciendo en una ciudad de la que me escapo cada vez que quiero, viviendo cerca al mar que me gusta ir a ver y disfrutar, seguí creciendo en una ciudad que es tan grande que me deja perderme, que me permite vivir con mi otro abuelo lo que nunca pude vivir con él, que me deja verlo destrozar cangrejos con los dientes y escucharlo contar las historias que tantas otras veces ya escuché, una ciudad que me deja respirar su historia en cada iglesia y en cada balcón viejo, seguí creciendo en una ciudad que me enseñó -o en la que yo aprendí- que podía vivir sola, que me gustaba vivir sola, seguí creciendo en esta ciudad por la que paseo con papá, en esta ciudad, donde, cada vez más, aprendo que puedo hablar, que me gusta hacerme escuchar y seguí creciendo en esta ciudad de la que un día volé para conocer otra ciudad más grande que este monstruo que ya no me asusta, que este monstruo que disfruto y que me deja siempre conocerlo un poco más, seguí creciendo en una ciudad en la que conocí a la amiga que se va conmigo a cumplir sueños a esa otra ciudad, seguí creciendo en esta ciudad que me permite libertad, que disfruta de mi autonomía, que me da cielos feos en invierno y caminatas largas y calmadas al lado del mar, seguí creciendo en esta ciudad de la que, dentro de poco, me voy para seguir creciendo, seguí creciendo en esta ciudad de la que no soy, pero de la que me gusta ser cada vez que visito la San Francisco de Asís, esta ciudad que no era mía, pero que ahora lo es, esta ciudad que relato como quiero, de la que escribo como sueño, esta ciudad de la que no soy, pero que ya es mía y lo será cada vez que así lo quiera. Algún día de este año, volveré a juntar las cosas que he juntado en mis otras 3 mudanzas, les sumaré algunas y me desharé de otras y, con menos miedos y más ganas en los bolsillos, me iré. Me iré a una ciudad que ya fue mía 3 veces, una ciudad de la que seré en cuanto termine de enamorarme de ella, una ciudad en la que seguiré creciendo paseando por parques que me encantan, viendo que las nubes que copian su belleza de las mías huancaínas se mezclan con las iglesias viejas y los balcones que tanto me gustan de esta Lima vieja en la que seguí creciendo, una ciudad en la que podré tener un río que no es el mío cerca para mirarlo mientras pienso o me invento nuevas historias que escribir, me iré a una ciudad donde, por fin, cumpliré mi sueño, donde seguiré creciendo empapándome de arte y tratando de ser arte yo, donde seguiré creciendo, al principio, acompañada y, luego, sola, donde seguiré creciendo para hacer teatro, donde seguiré creciendo prestándole mi cuerpo a personajes que solo existen en ciertos sueños locos para aprender de ellos y con ellos, seguiré creciendo en una ciudad más grande, seguiré creciendo en una ciudad de la que aún me queda mucho por descubrir y seguiré creciendo en una ciudad en la que no sé si me quedaré para siempre, de la que, seguro, escaparé las veces que tenga ganas  y en la que intentaré seguir siendo sola acompañándome de gente nueva y aprendiendo de gente vieja, me iré a una ciudad de la que no soy y, talvez, nunca sea, pero que ya siento mía, tanto que ya la imagino como quiero y dibujo en ella mis sueños como puedo. 
Talvez nunca sea de ningún lado y es que tampoco voy a algún lugar, pero espero siempre dejarme ser con el lugar, en el lugar, espero nunca creer que, por nacer o crecer en algún lado, le pertenezco y eso me obliga a quedarme, espero siempre ser libre de mis lazos y, por eso, disfrutarlos siempre. 

"No soy de aquí, ni soy de allá", soy de este instante. 

lunes, marzo 28

Historias incompletas VI

6:00 am. Sonó la alarma y despertó a Fer, que tenía que empezar a alistarse para ir a trabajar, él se acercó más a Mora y notó que seguía dormida, le dio un beso y decidió envolverse en su abrazo por un rato más. Pasaron algunos minutos y ella despertó, vio los ojos de sueño de su compañero favorito y no dudó en abrazarlo trepada sobre él, con la oscuridad que, a esa hora, todavía daba el invierno, empezó a besarlo viendo cómo, poco a poco, iba despertando, le encantaba verlo abrir los ojos y que estos sonrieran al verla, que él la bese sonriendo y empiece a aferrarse a ella, le encantaba despertar con él, segura y libre, cariñosa, siguió besándolo mientras, cada vez, estaban más juntos y conectados, él no pudo resistirlo más y dejó que lo hiciera suyo, se dejó ir en ese dulce despertar y, luego, la abrazó fuerte contra su pecho, besó su frente y le pidió que no lo soltara, ella sonrió mientras pensaba que soltarlo no estaba en sus planes, que se quedaría en ese momento para siempre, tranquila en su pecho, repleta de esa sensación de paz y libertad que solo él sabía darle. 

-¿me vas a soltar? - insistió Fer
-no, no está en mis planes

Eso lo hizo sonreír, la apretó más fuerte contra su pecho dejando que ella besara su cuello y empezó a hacerle cosquillas, porque le encantaba verla reír y moverse tratando de escapar, porque le encantaba ella. Después de reír y patalear mucho tratando de liberarse, Mora lo distrajo con un beso y salió de la cama, preparó café y una ensalada de frutas y lo mandó a bañarse, él pidió su compañía y ella se negó, porque sabía que eso solo lo haría llegar tarde al trabajo. Mientras Fer se bañaba, ella empezó a escuchar música y bailar, como siempre que hacía el desayuno cuando estaba contenta, luego empezó a revisar el capítulo que había escrito la noche anterior y se perdió en él y en el baile, de pronto, Fer apareció por detrás y la tomó por la cintura, hizo a un lado su cabello y la besó en el cuello, ella volteó, enredó sus brazos en su cuello y lo besó de nuevo. Era tan fácil para ambos quedarse en ese momento, disfrutar ese instante de alegría y paz y dejarse estar que nada más pasaba por sus mentes, solo ese momento y sus sonrisas y esos besos, pero Fer tenía que ir a trabajar y Mora los sacó del sueño, hizo que desayunara, lo besó otra vez, esperando que ese beso le alcanzara para que Fer no le hiciera tanta falta hasta que volviera del trabajo, y lo llevó hasta la puerta, odiaba verlo irse, pero le encantaba verlo voltear antes de entrar al ascensor solo para mandarle un beso. Fer la besó de nuevo y caminó hacia el ascensor, luego volteó, le mandó un beso y Mora sonrió, esa sonrisa siempre era su perdición, decidió volver sobre sus pasos y besarla una vez más antes de irse.
"Era fácil vivir"

domingo, marzo 27

¿Se aprende a no extrañar?

sábado, marzo 26

Historias incompletas V

Mi miedo nace y termina en ti y es en el encuentro con tus ojos y tu voz que me desarmo, que reconozco que, una vez más, soy tuya o que nunca dejé de serlo y eso me aterra porque nunca me había pertenecido y me siento capaz de pertenecerte y, así, por fin, pertenecerme.

Fer terminó de leer la tarjeta y temió, pero también sonrío, temía ser tan importante en la vida de Mora, pero temía, también, que ella fuera igual de importante en su vida, temía la dependencia que sentía en torno a ella, le daba pánico la sensación de tener a Mora en su vida por el huracán que significaba para él su presencia, cómo alteraba todo a su alrededor y hacía temblar sus piernas, hacía temblar el suelo sobre el que él se sentía seguro, pero le regalaba una seguridad de vivir los instantes que nadie más había sabido darle. A veces, pensaba que Mora no era consciente de cuánto cambiaba sus días, su percepción y sus ganas, Mora era esta explosión de sentimientos que cambiaba todo a su paso, que no necesitaba tocarlo para alterar cada parte de él, Mora lo transformaba, lo convertía en quien él era en realidad, Mora era con él y eso le permitía ser a él. Fer temía el momento en el que Mora le falte, temía su ausencia, temía no poder abrazarla siempre, pero ella quería siempre regalarle eternidad en sus instantes juntos, quería nunca dejar de darle la sensación del para siempre. Ambos sabían que lo que sentían juntos los excedía, que le ganaba a la fortaleza de cada uno, que era, que los transformaba y les permitía todo, les permitía vulnerabilidad, les permitía toda la fuerza, pero también todo el miedo, les permitía sentir todo. Fer temía y talvez era porque Mora nunca sabía, con palabras, hacerlo entender la forma en la que lo amaba y cuánto quería hacerlo feliz haciéndolo siempre libre, pero, en el momento en el que lo abrazaba, lo besaba y lo dejaba sentir su cuerpo, sus latidos y su paz, ya no necesitaba decir nada, porque, por ese momento, ambos entendían por completo la fuerza de eso que los unía y la magia de esa unión, la libertad, la fuerza y la paz. Sonó el timbre  y, al abrir la puerta, la vio, sin poder ocultar su miedo, ni su alivio, se acercó a su abrazo y dejó que sea su paz la que calme su miedo y sus besos, los que renueven sus ganas y su libertad. Cobijado en ese, su abrazo favorito, le dijo "gracias" con una voz quebrada que le fue imposible controlar y la besó. Ella sonrió y le dio el chocolate y otro beso.

jueves, marzo 24

Historias incompletas IV

Hacía mucho frío y Mora sentía miedo, un miedo que no había sentido antes, pero que le escarapelaba todo el cuerpo, que le detenía cualquier pensamiento, un miedo paralizador y frío, muy frío, aún así, decidió caminar, sin tomar en cuenta su miedo y concentrándose en él, en llegar a él. Cuando, por fin, cruzó ese bosque frío pudo verlo a los ojos y, de nuevo, sintió ese miedo, porque vio ese miedo en sus ojos, sintió ese miedo en sus manos, en silencio, besó su mejilla y lo abrazó, Fer dejó caer un par de lágrimas acompañadas de un suspiro triste y lleno de miedo y se paró, volteó a mirarla y, sin decir nada, se fue.

 Luego, Mora despertó y, al abrir los ojos, recordó que Fer no estaba a su lado, que, esa noche, su abrazo no la contenía, ni le daba paz, su abrazo no estaba. No tuvo ganas de hacer café y tomó lo poco que quedaba de ayer, se sentó a escribir tratando de encontrar calma para ese miedo que había sobrevivido al sueño y seguía con ella, pero nada parecía tener sentido, lo que escribía parecía no tener alma, parecía vacío. Intentó contenerse, pero su miedo pudo más y, rompiendo su pedido tácito de soledad, llamó a Fer:
-¿hola?
-¿estás bien, Fer?
-
-Fer, ¿estás bien?
-No, tengo miedo
-¿miedo a qué?
-Miedo, Mora, tengo miedo.

Y la voz de Fer pareció quebrarse y eso la quebró y quebró su decisión de no buscarlo hasta que él decidiera hacerlo, cortó y, sin pensarlo mucho, cogió su abrigo y fue a tomar el tren, ya sentada, viendo la ciudad a través de la ventana pensaba en lo vivido con Fer, en su miedo a no poder contenerlo, en su sueño, en el frío que sintió, en lo vulnerable que parecía Fer a veces, en sus ganas de cuidarlo y hacerle bien, en sus ojos de miedo y en su voz casi quebrada, en las veces en las que era capaz de dormir en su abrazo en paz, respirando tranquilo y sonrió por primera vez en el día. Bajo del tren más tranquila, más confiada en poder hacerle, aunque sea, un poco de bien, paró a comprar un chocolate y fue a tocar la puerta de su casa. Fer abrió la puerta con ojos de miedo, pero, también, de paz, de alivio, de emoción y Mora lo abrazó como lo abrazaba cuando estaban a punto de dormir, besó sus párpados, sus mejillas y su boca y él solo pudo decir "gracias" con la voz ya quebrada.  

martes, marzo 22

Juegos de niños

De grandes, vivimos con miedo al mañana, a las cuentas, al desamor, a la violencia, a la delincuencia, al otro, a sentir, vivimos, talvez, con miedo a vivir. De niños, le temíamos a la oscuridad, al monstruo debajo de la cama, a no saber atarnos los pasadores, a no salir al recreo, pero no temíamos caer, ni perder, no le teníamos miedo al día siguiente, porque no nos importaba, no le temíamos al otro, porque era nuestro amigo, porque jugábamos y vivíamos, nos gustaba vivir, "era fácil vivir". 
De niños, soñábamos con ser superhéroes, veterinarios, doctores o profesores, soñábamos con llenarnos de cosas dulces, saltar hasta caer cansados, con jugar, con no parar de jugar, jugábamos a ser invencibles, sin importarnos que éramos mortales, vivíamos soñando el instante que vivíamos, vivíamos el día, el momento y eso era suficiente, cada día era, en realidad, un día nuevo, una aventura distinta, cada día era la vida entera y, así, vivir era mágico o era complicado, pero lo era solo por ese instante que era el que importaba. Hoy, de grandes, algunos sueñan con una casa, una familia, hijos, otros sueñan con escapar y algunos otros sueñan con no vivir, atrás quedaron nuestras ganas de disfrutar solo por vivir, lejos quedó nuestra comprensión tácita de la frase que tantos usan "carpe diem" y tan pocos entienden en realidad, ya no sabemos ser niños, desaprendimos a jugar, nos olvidamos de vivir. 
Hoy, de grande, yo sueño con saber ser niña, sueño con vivir, sueño con saltar en la lluvia y caerme en el lodo, sueño con llorar por esa caída y, al rato, olvidar mi llanto y vivir el instante siguiente en su totalidad. Hoy, de grande, quiero apagar la luz y notar que al único monstruo debajo de mi cama al que debo temer es a mi yo que olvida ser niña, a mi yo que no se deja vivir. Hoy, de grande, vivo por los momentos que me hacen sentir que es fácil vivir y quiero vivir todos mis días como si todos fueran mis únicos para siempre.

lunes, marzo 21

Historias incompletas III

Fer siempre prefería no bailar, disfrutaba viendo bailar a Mora, en casa, mientras cocinaban juntos, cuando lo hacía caminar bajo la lluvia, cuando salía de la ducha, cuando terminaba de escribir algún capítulo del nuevo libro que estaba escribiendo o cuando iban a bailar, pero siempre prefería no bailar, si Mora lo pedía, lo intentaba, pero nunca era de sus momentos favoritos. 

Mora había decidido no celebrar su cumpleaños este año, estar sola con él, comer algo rico y dormir temprano, no estaba en uno de sus mejores momentos y prefería la intimidad de tomar su mano y soplar una sola vela, darle un beso y confiar en que la vida es de momentos, de momentos específicos que se viven sin esperar los siguientes. El día empezó con flores de colores distintos y un olor nuevo, con flores no de las perfectamente cultivadas, sino de esas que a ella le encantaban, las que conservaban cierto dejo de salvajismo, de antigua libertad, de unicidad, las puso en el jarrón que le regaló su mamá y empezó a preparar el café para los dos. La tarjeta solo decía "gracias" y, para ella, nada tenía un significado más grande y lleno de amor que ese, por lo que sonreía cada vez que la descubría escondida entre sus flores. Tomaron café, comieron un poco de la torta que le hicieron sus amigas y Fer le leyó las noticias en uno de esos extraños acentos que le gustaba tanto hacer, Mora no paraba de reír y sentirse agradecida consigo misma por haber elegido a ese hombre para acompañarla ese y otros varios días. Luego, salieron a caminar y ver esos edificios viejos que tanto llamaban su atención, a tomar fotos de los marcos antiguos, de ventanas ausentes, de puertas distintas y techos complicados, mientras caminaban, Fer tomaba fuerte su mano y, de vez en cuando, le robaba un par de besos. Fueron a comer al restaurante donde comieron juntos por primera vez y pidieron el plato que pidieron esa vez, Mora se sentía, después de varios días, estable y con ganas, talvez solo Fer tenía esa capacidad. Quiso una siesta y Fer se la dio para despertarla con música en la pequeña salita del lugar que, hacía un par de años, ya llamaba hogar, con ojos de sueño y con ganas de un abrazo suyo, salió hacia la salita, donde estaba Fer, poniendo una de Sinatra, al verla, extendió el brazo hacia ella y pidió su mano para que lo acompañara ¡¿a bailar?!, sí, la estaba invitando a bailar una de sus canciones favoritas, rodeó su cintura con un brazo y afianzó su mano en la otra y la guió, como flotando, al ritmo de esa canción que se oía más bella y dulce que nunca, Mora solo podía seguir recostada en su hombro sintiendo ese olor que tanto le gustaba mientras se dejaba llevar y, en ese instante, sin pensarlo, sintió que, así es, que la vida es de momentos específicos y que ya no esperaba nada más, que ese momento era completo, era todo lo de antes y lo de después, sin ser ahora, siendo todo, era ese momento y ya. Besó el cuello de Fer y sonrió. Y eso bastó.

domingo, marzo 20

Viajar sola

Hace 3 años, casi 4, viajé sola. Una vez más, me atreví a cruzar mi frontera favorita, pero, esta vez, lo hice sola. Viajé solo conmigo, sin planes muy específicos, con mi maleta, en pijama y con mucho sueño -no sé todavía si con muchos sueños-. Irme a otro país, subirme a un avión, estar sola en otra ciudad era sólo la materialización de lo que mi alma ya hacía desde hace 2 años: viajar sola, vivir sola. Decidí hacer ese viaje porque sentía que lo necesitaba, porque me creí que me hacía falta esa confirmación de mi independencia, porque algo en mi corazón latía buscando tantear esa realidad a la que parecía, todavía, temerle un poco, no le temía a estar sola, le temía a estar sin él teniéndolo tan cerca, temblaba ante la idea de chocar con mis recuerdos y no poder, temía no haber logrado nada en los dos años anteriores. 
Como siempre, papá, mi compañero e instigador de aventuras, me acompañó al aeropuerto, no me miró con temor, ni creó en mí ninguna duda sobre este viaje que emprendía, no dedicó nuestra última hora antes de irme a advertirme nada, me habló de la cotidianidad y de la conciencia, de estar atenta al momento, me hizo reír y disfrutó uno de mis chistes ácidos, me abrazó y me vio cruzar la puerta que marcaba el comienzo de mi solo, sé que no se fue hasta ver el avión partir porque así es él, cuidador, pero dador de libertad; lo llamé y, luego, a mamá antes de despegar y así empezó mi viaje. 
Me tocó un vuelo especial, en el que un chef reconocido nos hizo cebiche al instante con un mero pescado ese mismo día, nos regalaron entradas a Mistura y comí la mejor comida de avión que he tenido hasta ahora, luego, me dormí y abrí los ojos para ver los campos que me hicieron sentir esa emoción indescriptible la primera vez. Bajé del avión, conversé con una señora que llegaba a encontrarse con su esposo después de un año y fui por mi maleta; armada con mi maleta, los pesos que papá cambió en el aeropuerto y mi adrenalina crucé la puerta que me hacía entrar por completo en la ciudad, donde ya no me protegía el espacio intermedio en el que todavía no eres del todo libre, en el que todavía no saliste del todo a la realidad, y frené en seco "¿qué mierda has hecho?" retumbaba en mi cabeza como un coro de alguna opera y mis manos empezaron, como nunca, a sudar, mi pulso cambió y mis latidos se aceleraron al compás. "Regresa", "quédate aquí", "estás sola" sí, estaba sola y, en cuanto recordé eso, recuperé mi valentía: era solo yo y ese viaje era solo para mí. Busqué transporte, compré un ticket para que me llevaran a mi hostel y fui a llamar a mamá, que no contestó, así que llamé a papá: "estoy bien, todo bien, te llamo cuando esté en el hotel" y oculté, así, mi momento previo de temor, de pausa, de ansiedad.
Esa semana me enteré de un par de cosas, que hicieron que quiera hacer algo, que, lejos de cuestionar lo que había creído construir en los dos últimos años, solo lo afianzaba, pero, justo por la seguridad de lo que había ganado, me negué a hacerlo y, aún hoy, creo que hice lo correcto -si no fue así, igual, es parte de lo que me trajo hoy a este lugar, así que mantiene su condición de validez-; disfruté con amigos nuevos que me regaló el camino y con un viejo amigo que siempre sabe ayudarme a encontrar mi camino, que mantiene mis pasos concentrados y me alegra siempre el corazón, comí rico, dormí poco, caminé mucho, bailé, paseé, el cielo me llovió como me encanta que me llueva, la lluvia se llevó con ella mis lágrimas de despedida y renovó mis ganas, mi seguridad y mi encuentro conmigo misma, con mi preciada soledad, en ese andar sola me confirmé que podía, que siempre pude ser solo yo; en ese viaje nunca más sentí temor, ni al peligro físico, ni al emocional, le perdí el poco temor que le tenía a mi soledad y volví a amarme por completo, a creerme independiente, volví a mí. 
Ese viaje que hice sola lo disfruté acompañada y, también, en soledad, en esos momentos de intimidad conmigo, con el miedo más grande que llevaba conmigo para enfrentarlo allá, lejos de todo, pero cerca de él y, sobre todo, cerca de mí y con mi alegría y mi ser muerto de ganas por vivir, por sentir cada momento. De ese viaje, me quedan las fotos, las sonrisas, la música y unas cuantas lágrimas; de ese viaje, me queda la seguridad de que no fue un escape, fue una entrega absoluta a mi encuentro conmigo, a enfrentarme con mi peor monstruo: yo misma y, de ese viaje, me queda la sensación de que este momento es siempre lo importante y me queda mi valentía favorita: saber ser sola, incluso en compañía, poder ser sola.

Permisos

Ojalá nunca se me olvide que tengo permisos de sobra, que tenemos permisos de sobra. Siempre hay permiso para sentir, no falta permiso para llorar, para temer y acurrucarse entre las lágrimas, abrazarse al momento de desolación, de creer todo perdido y saber que siempre hay permiso para volver a empezar, pero también para parar por un rato y observar, para vivir este momento específico en libertad, sin miedo a no sonreír, sin miedo a estar mal, sin miedo. Tenemos permiso de vivir, lo feo y lo bonito, las sonrisas, las lágrimas de alegría y también las de tristeza, tenemos permiso para entregarnos a lo que sea que sintamos, tenemos permiso para sentir en libertad, para vivir en libertad sin condicionamientos que detengan a nuestra esencia. Ojalá nunca se nos olvide que los únicos que nos podemos permitir vivir somos nosotros mismos.
Al final, nunca aprendí y no sé si en algún momento vaya a aprender. Al final, sigo siendo la misma que cree y se entrega, sigo siendo quien siempre quise ser y, por ratos, la sensación de serlo me aterra, la seguridad de animarme me frena y me hace temer. Y es que nunca aprendí y no sé si en algún momento vaya a aprender a negarme mis ganas y mis sueños, a negarme mi yo.

sábado, marzo 19

Historias incompletas II

A Fer le gustaba dormir abrazando a Mora para oler su pelo y besar su cuello al despertar, pero hoy parecía más cansado que de costumbre y eso siempre lo ponía más cariñoso o, talvez, más vulnerable. Mora apagó la luz y fue a acompañarlo en la cama, se acercó para darle un beso antes de voltearse para que él la abrace, pero, después del beso,  Fer se amarró a su cintura y se acomodó cerca a su pecho, oliendo su cuello, Mora solo atinó a abrazarlo fuerte y besarle la frente. Luego, Fer volvió a decirle "gracias" y se durmió, ella no podía creer tener al hombre que siempre tiene el control y parece nunca temerle a nada abrazado a su pecho pareciendo asustado, frágil y vulnerable, lo besó de nuevo, besó su frente, sus párpados, sus mejillas y su boca tratando de evitar sus sobresaltos, su intranquilidad, tomó su pelo entre sus manos y paseó sus dedos por esa cabeza que le daba sueños que lo hacían temblar. Él seguía intranquilo y se aferraba más a ella, a su olor y a su amor, a su paz, sin dejar de contenerlo, pronunció un casi silencioso "te amo" y besó su mejilla, de pronto, la respiración de Fer cambió, los latidos de su corazón se acompasaron con los de Mora y su abrazo se afianzó, fue como si solo necesitara esa mínima seguridad que ella le daba para ser el ser increíblemente protector y dueño de sí que era para Mora, como si ella le contagiara la paz que él siempre le regalaba. Feliz, Mora cerró los ojos después de darle otro beso, lo abrazó serena y, también, se durmió. 

jueves, marzo 17

Vivo en el sueño

Nace una intriga en el centro de mi panza sobre esta manifestación que creo realidad, luego se convierte en un misterio, que, a ratos, da náuseas y marea, que no para de hacer preguntas, de tratar de salir de mi interior. Parpadeo una, dos, tres, cuatro veces intentando despertar y sigo viendo el mismo mundo, la misma habitación y el mismo tiempo, que parecen tener una consistencia tan frágil como si se sostuvieran en la cualidad de estar prontos a derrumbarse, pero a la vez parecen tan erguidos, tangibles y asquerosamente reales. Me pregunto si estoy en un sueño, si existe algo tal como "dormida" y "despierta" y descubro a otros parpadeando con ansiedad, intentando alejar la realidad para, por fin, tenerla, nos siento parte de un grupo que vive en el sueño pero que, sin alarmas, está a punto de despertar, pero nunca despertamos y seguimos atados a esto que creemos realidad y, de pronto, cesa el parpadeo y despierto, sigo en el mismo lugar, en el mismo mundo y en el mismo tiempo, nada ha cambiado, solo yo, que ahora vivo este sueño despierta y son los instantes más pequeños los que me mantienen despierta, los acontecimientos grandes me aturden y adormecen, luego, sucede un instante pequeño, casi fugaz de plena conciencia y vuelvo a abrir bien los ojos, a dejar de parpadear: estoy despierta en este sueño que me gusta vivir.

Siempre olas

Finalmente, decidiste correr esa ola que siempre te pareció muy grande, que siempre te creó más miedo del que creías que podías manejar, finalmente, te atreves a esperarla de pie y de cara al mar, a esa ola que te causa pánico, finalmente, te crees lo suficientemente valiente como para afrontar el resultado de tu entrega a la ola. La ves, armándose fuerte, revoltosa y segura de sí, cada vez más cerca de ti, de tu fragilidad, de tu recién construida valentía, de tus brazos siempre torpes, de tus piernas que ahora ya no parecen tan ágiles y, cuando dejas de pensar para volver a verla, ya está casi sobre ti, atinas a agacharte un poco, pero ya es tarde, la ola ya se apropió de tus movimientos, de tu cuerpo frágil y despojado de decisión, te atreves a dejarte llevar esperando lo mejor, te raspas un poco, temes de nuevo, vives segundos de ese pánico que te bloquea y empiezas a pensar que ya no sabes cómo salir, que no estabas listo, que te equivocaste al atreverte, te desesperas y pataleas raspándote más y tragando más agua, de pronto, olvidas lo grande de la ola mientras recuerdas lo feliz que eres en el mar y cuánto te gusta flotar o ver el sol caer sobre él, abres los ojos y ves que la ola ya te liberó, que has vuelto a la orilla y el agua va y viene sobre ti, refrescando tus nuevas heridas, vuelves a sentirte seguro y en paz y vuelves a soñar con esa ola grande que siempre quisiste alcanzar.

Alzheimer

Ya no recuerda su voz, ni su rostro, hace poco dejó de recordar cómo caminar, pero aún, cada vez que ve sus ojos, reconoce que ese hombre, cuyo nombre y rostro ahora desconoce, es su amor, porque no ha olvidado la emoción que la sacude cada vez que sus ojos se encuentran, porque, cada vez que él pronuncia su nombre, la sensación en su corazón es distinta, porque, en el momento en que sus manos se encuentran, reconoce cada arruga y parece recordar que son las marcas de todos los años en los que se acompañaron, porque no hay olvido que vaya a borrar cómo sus latidos se aceleran cada vez que sus ojos brillan acompasados.

miércoles, marzo 16

Historias incompletas I

Fer salió temprano del trabajo y decidió pasar por Mora para ir a caminar, a ella le sorprendió la idea espontánea de Fer, que siempre necesitaba tener el control porque siempre tenía miedo, pero la alegró, se puso su vestido favorito y salió. Abrió la puerta de su edificio y ahí estaba Fer, sonriente y mirándola con ojos que contagiaban luz, se acercó a él, se colgó de su cuello y lo abrazó fuerte antes de darle un beso. 
-¿a dónde vamos? 
-a caminar
-sí, pero ¿hacia dónde?
-no sé, el camino nos llevará 
Se rió de que Fer use una de esas frases trilladas, tomó su mano y empezó a caminar, le preguntó por su día y le dio un par de besos risueños mientras caminaban viendo al sol caer y las sombras raras que formaba al jugar con los viejos edificios cercanos. Mientras conversaban, un sonido distraía la atención de Mora, una melodía triste y hermosa, profunda y, así, no fue el camino el que los guió, sino la música; cuando llegaron al lugar de donde salía la música vieron al hombre que tocaba ese triste violín, un hombre flaco, alto, de unos 80 años, que usaba un sombrero y un traje impecables y negros, completamente negros. Mora no pudo evitar contemplarlo como una pieza de arte exquisita, todo, el hombre, el instante, las sombras del sol, la melodía del violín y los ágiles dedos del músico eran arte para ella. Lo contempló embelesada por lo que ella sintió como unos inolvidables 15 minutos, cuando, regresando a la realidad, sintió sus dedos entre otros dedos y recordó que era Fer, que estaba a su lado, volteó a mirarlo para encontrarlo, también, embelesado, pero, para él, la pieza de arte era otra: era ella viendo arte, era ella viviendo arte y perdiéndose en él, para él, parecía no haber arte más sublime que Mora viviendo y disfrutando. Cuando se dio cuenta, ya habían lágrimas corriendo por sus mejillas viéndolo tan increíblemente en paz, tan extasiado y feliz solo por verla a ella y él, al verlas, las secó con besos y un "gracias", que, en ese momento, Mora no entendió, pero hoy, después de algún tiempo, supo que lo que Fer le agradecía era ese momento de magia y de escape, de realidad sublime y bella, de un alto al miedo, de libertad. 

martes, marzo 15

Una vez más de ojos cerrados, sonrisas y sinceridad, una vez más de jugar a las muñecas y bailar, una vez más de abrazarte fuerte al vientre de mamá al llorar, una vez más de ir contra las olas, empezar de cero una vez más. Una vez más.

Todos morimos

Un día, sin previo aviso, la muerte apareció. 
Y es que seguimos viviendo pensando que, en cierto momento, podremos empezar a prepararnos talvez no tanto para morir, sino para aceptar que la gente se nos muera cuando, en realidad, desde que nacemos, la muerte ya es una condición de nuestra existencia y de la de los demás. Entonces, asumo que tendríamos que vivir conscientes de que vamos a morir, pero no con esa conciencia temerosa que evita hablar de la muerte como si eso pudiera evitar su llegada, sino con una consciencia que nos permita entenderla como parte fundamental de la vida, que nos permita esperarla sin miedo ni ansiedad, para, así, comprometernos con el día que vivimos, con este instante específico, con vivir y, también, con morir y con que se nos mueran. 

domingo, marzo 13

Talvez todo lo que necesitamos es una vez más.




sábado, marzo 12

Portas

Constantemente, encuentro puertas cerradas cuyas llaves parezco nunca encontrar y, cuando creo que tengo una llave, su puerta se me cierra y me doy cuenta de que no tenía ninguna llave, solo la mantenía abierta mientras la sostenía. Mientras tanto, yo mantengo todas mis puertas abiertas y las llaves parecen innecesarias, pero cuando decido compartir una llave significa algo para mí, tiene un significado esencial que no yace en la posibilidad de abrir la puerta, sino de cerrarla y, así, resguardar el momento que tras esa puerta protejo. 
Me gustaría, entonces, encontrarme con una llave que me permita cerrar esa puerta que protege la convergencia, que no la atrapa, sino que, en el momento en el que la contiene, le permite extenderse en su totalidad, le da la deliciosa capacidad de ser en todo su esplendor . Me gustaría encontrarme con esa llave que resguarda y libera, que nos deja ser.

Me gustaría, además, no encontrar puertas que nacieron cerradas, porque esas sí aprisionan, porque nunca permitieron libertad, me gustaría siempre encontrar puertas abiertas que brinden posibilidad y que, recién desde la libertad, elijan custodiar ciertas fracciones valiosas y cerrarse.

viernes, marzo 11

Un conjuro

Todo es luz, como si fuera un capricho del sol, todo es luz. De pronto, una sirena y la luz que reflejan sus ojos, el sonido de su voz atrapando tus oídos y el brillo sobre su pelo. De pronto, una sirena y tu miedo que regresa, tus ganas de escapar y de soltar, tu frío, tu distancia y tu silencio. De pronto, una sirena y el miedo a romper la normalidad y, de pronto, la luz que todo cambia, las ganas de explotar y nadar tras de ella, perderte en su voz y en el brillo de su pelo, perderte en su amor. De pronto, una sirena y, de nuevo, el temblor en tus manos, la duda en tus ojos y la rapidez de tus latidos, la escalera al sueño y el mar para flotar en los momentos. De pronto, una sirena y otra oportunidad para vivir, para soñar y para amar. De nuevo, una sirena y tus manos y nadar y esa sonrisa. De pronto, la sirena y decidir entre la tierra y el mar.

miércoles, marzo 9

Amar

El amor es libertad 
No es restrictivo, ni lleno de reglas, el amor es esa fuerza inmensa que te permite ser y dejar ser, que te permite confiar, vivir y disfrutar.
El amor no te calla, no te aprisiona, no te atrapa, el amor abre tus alas y te permite flotar. El amor te permite la vulnerabilidad y el miedo, mientras te cobija y te regala seguridad. El amor es la fuerza más grande, el amor lo mueve todo y nos cambia siempre, nos mejora y nos hace crecer. El amor es eso: libertad.

lunes, marzo 7

¿Un él?

Hace algunos años, soñé a un él que no sabía que seguía teniendo, hace algunos años, pedí un él como no pensaba que los hubiera y, hace algún tiempo, tuve un él -miento, no lo tuve, ni nunca lo tendré, porque a las personas no las tenemos, con las personas somos y compartimos, pero no nos pertenecen, ni les pertenecemos- que encajaba con todo lo que, sin saber que encontraría, pedí. Hoy, después de mucho, vuelvo a buscarme en esa búsqueda que hace años tenía y me encuentro con que, sin buscarlo, lo encontré, que fue tal como lo soñaba, como si, de alguna manera, mis deseos hubieran conjurado su existencia cuando está cerca de mí, como si todo lo que pedía, en realidad, no era una petición, sino, una afirmación de su existencia y sonrío por esa causalidad, sonrío por ese momento en el mundo en el que él fue el él que yo pedía sin preocuparse por serlo y sin que yo note que lo era. Hoy, vuelvo a leer mis deseos y despierto ante la realidad de esos momentos juntos, de las sonrisas y los abrazos y me creo que se cumplió mi deseo y el él que pedía es real. Hoy, celebro el coincidir de nuestra existencia y espero que, si él pedía una ella, yo haya podido ser, aunque sea por un instante, esa ella. Hoy, me alegra recordar y soñar cada vez que quiero, seguir cumpliendo mis antojos y, de vez en cuando, despegar los pies del suelo, flotar con los ojos cerrados como en ese abrazo y sonreír. Hoy, finalmente, soy la ella que yo necesito y que no deja de atreverse, ni deja de soñar.

Rape abisal

En medio del caos, una luz. Cuando el cobrador llena el bus hasta que el último en subir cuelga peligrosamente del último escalón y, en un acto de valentía máximo, cual Superman del transporte público, cuya criptonita es la legalidad, lo abraza y toma en sus manos los marcos de las ventanas para no caer y evitar que todos caigan; cuando, en ese mismo bus, la señora asquienta que mira mal a todos se ofrece a llevar la mochila del chico que acaba de salir de su partido en sus piernas y la chica que está sentada detrás de ella se duerme sobre el hombro de la chica que, cansada, no se duerme para cuidar sus cosas y las de su, ahora, compañera de viaje. Qué momento de luz cuando, luego de haber repletado su bus más allá del límite, el chofer se detiene para que la viejita, que le grita a su nieto pero acaba de comprarle un par de chocolates al ex convicto que los vende para mantener a su hija, pueda terminar de cruzar la calle. Qué momento de sublime dulzura cuando nos detenemos por un instante para hacer algo por el otro y no por nosotros, cuando dejamos todo eso que hacemos "mal" para hacer una cosa "bien" solo porque sí, qué momento increíble y único cuando abrimos los ojos y nos permitimos ver al otro antes de vernos a nosotros mismos. Qué locura ver al otro y, en ese instante, verse a uno mismo.