sábado, septiembre 24

Conrado querido

Cierro los ojos, retrocedo un par de pasos y el agua cae sobre mí, golpeando fuerte mis hombros, ensordeciendo mis oídos y lo escucho: finalmente, hay silencio, no me oigo pensar, ni la música, ni el viento, ni a los vecinos, ya no oigo nada y mis lágrimas caen sin escándalo, mi llanto es libre. Vuelvo a salir esos dos pasos, abro los ojos y, de nuevo, oigo todo: el agua sobre mi espalda, la música, el viento, a los vecinos y mi llanto, oigo a mi llanto gritar y todo vuelve a ser real: ya no está. 
Y, sobre la realidad, no hay caída de agua que ensordezca a mis oídos, que me haga cerrar los ojos y no ver que no está, que, hoy, se apagó su energía, que hoy su vida y sus ganas se agotaron, que su chispa ya no es más, no hay agua que me impida ver que no nos dijimos nunca ese adiós, aunque nos lo dijimos tantas veces, no hay caída de agua que calle que, cuando vaya a buscarlo a su casa, ya no estará, que sus historias ahora solo existen en quienes las escuchamos y no hay caída de agua que me diga cómo será no verlo nunca más, no abrazar su cuerpo flaco una vez más, no hay caída de agua que sepa cuánto lo voy a extrañar.

Hoy, se fue mi Conrado favorito (tal vez porque no tengo otro Conrado) y murió en paz, como dijo que iba a morir, reímos y lloramos con él hasta que pudo y luego nos tocó llorar y reír por él, por sus recuerdos y los nuestros, por su historia y por esta despedida, que ha sido tantas anteriores, pero que hoy es final, que hoy es despedida de verdad. Gracias, abuelo, por estos años de compartir y de andar, de discutir y aprender, de escuchar y, unas pocas veces, callar, gracias por este tiempo en el que ambos empezamos a querernos y gracias por tus historias repetidas, porque ahora las recuerdo sin esfuerzo. Te quiero mucho, viejito.

martes, septiembre 20

80 pirulos

En los últimos días, es complicado hacer las cosas sin pensar en mi abuelo, sin encontrarlo en canciones, frases, platos de comida o en gestos. Ayer, mientras estaba en el subte, vi a un viejito que tenía en la oreja un audífono como el que él usaba antes, el caro, del que siempre se queja porque nunca funcionaba; una chica pasó detrás de él y lo empujó, lo que hizo que él me empujara, al instante, me pidió disculpas y dijo algo que no entendí, le dije que no se preocupara y luego me miró sonriendo y dijo "sólo quiero pasar mi cumpleaños en la calle", le respondí "qué buen plan" y soltó un muy alegre "¡80 pirulos!" y no pude evitar ver en sus ojos y en su energía la de mi abuelo, le dije feliz cumpleaños y contuve mis ganas de abrazarlo palmeándole la espalda, me contó que se llamaba Oswaldo y que el 19 de septiembre es el día en el que más gente nació en el mundo, sonrió, llegamos a su parada y nos despedimos.
Oswaldo no conoce mi historia y yo no conozco la suya, pero, por ese momento, durante ese corto viaje, nos hicimos compañía y me regaló la alegría de recordar las ganas de mi abuelo, sus ojos y su vida.

domingo, septiembre 18

compatible

Con algunas personas, existe un nivel de compatibilidad tal que, a veces, hasta parece innecesario hablar, decir, basta con mirarlas a los ojos y entender, entenderlo todo, el dolor, la alegría y hasta el miedo. Con algunas personas, sobra la conexión, la confianza, el entendimiento y, sin siempre decirlo, y, a veces, sin quererlo, nos dejamos ir, nos dejamos ser. El miedo va perdiendo espacio y puede más la alquimia rara de la compatibilidad, que solo puede sentirse, porque hacen falta palabras que la expliquen.


en tus ojos, esas personas entienden todo lo que decides callar o eliges no decir, porque tus ojos no aprendieron y nunca aprenderán a mentir, pero, a veces, hace falta decir, intentar, elegir hablar, aunque mirar a los ojos sea siempre la forma más sublime de, sin palabras, decir.

lunes, septiembre 12

Otoño

Mirna salió de casa y empezó a caminar, no había música sonando, pero el ruido incansable del silencio no paraba de retumbar en sus oídos. Ya no tenía miedo, pero tampoco ganas y caminaba mirando el suelo sin mirarlo, las hojas cayendo, que, normalmente, amaba del otoño, no llamaban su atención, ni siquiera las flores de la esquina que Miguel vendía con tanto entusiasmo lograron hacerla sonreír. Siguió su camino sin saber bien a dónde iba, hasta que levantó la mirada para cruzar la calle y, de pronto, vio los ojos más tristes que había visto en su vida, pensó en hacer algo para ayudar a que vuelvan a tener luz y, en ese momento, se dio cuenta de que esos ojos eran suyos y solo estaba viendo un espejo.

miércoles, septiembre 7

performance

Parada en el centro de un teatro, hoy, vacío, miro hacia arriba y a los lados y no comprendo la inmensidad y me siento pequeña, diminuta. Miro hacia arriba y encuentro a una araña inmensa y repleta de cristales, los cristales son, por supuesto, más grandes que yo. Miro hacia adelante y hay butacas vacías y una puerta en el fondo, una puerta mucho más grande que yo. Miro a los lados y los palcos vacíos me miran, me evalúan, podría decir que me juzgan y me vuelvo todavía más pequeña, lato chiquito y muy rápido. Finalmente, decido mirar hacia atrás y veo el escenario y lo siento, camino hacia él y, a cada paso, me hago un poquito más grande, menos pequeña. Por primera vez, lo piso y me convierto en inmensidad, repleto cada espacio del teatro, el teatro está lleno de mí y yo estoy llena de él. Miro hacia adelante, hacia los lados y hacia atrás y, en cada rincón, me encuentro a mí, grande, libre, inmensa, pero efímera, siempre efímera.

lunes, septiembre 5

Destruir

Qué fácil es destruir lo que con tanto esfuerzo y tan lentamente construimos y es que parecemos seres destructores por excelencia. Seres que destruyen lo que ellos mismos construyen con una facilidad que nunca deja de asombrarme. No importa cuánto de ti pusiste en algo o cuánto tardaste en construir eso que tanto querías y, luego, como si lo hubieras hecho de la más fina fragilidad, lo destruyes sin demora, sin cansancio, sin demasiada importancia. Y podría pensarse, tal vez, que construimos cosas frágiles, demasiado débiles o efímeras, pero, en realidad, parece ser que es tan grande nuestra fuerza de destrucción que no importa cuán sólida sea nuestra construcción podemos, sin esfuerzo, destruirla.
Espero ser un ser constructor cuya fuerza destructora sea inexistente, cuyo anhelo sea siempre construir y no tirar abajo y coincidir con seres que quieran, a mi lado, construir.