lunes, junio 25

la locura

En algún momento, todavía no sé cuándo, el restaurante se convirtió en una de mis locuras favoritas. No me pregunten por qué, creo que sólo alguien que vive esta experiencia puede entender lo que significa pasar tu vida entre comandas, platos y cuentas por cobrar. Nadie me dijo, tampoco, que encontraría el amor así, en un trabajo, pero pasó, me enamoré, me enamoré de esa gente con la que, ahora, comparto mis fines de semana, me enamoré del olor de los makis, los ebis y el salmón, me enamoré, además, del rush y el delirio que te llena cuando te falta algún pedido (o todos), como lo hice de los de bar, con sus bromas, enojos y desapariciones, también me enamoré de mis clientes, de todos, de los chinchosos, de los déspotas, de los amables, los amorosos, los ingenuos, los niños, los tontos, los papás, las familias, las mamás, de la tía, de la abuela, del primo que vino de Venezuela y se muere por probar los makis, de la bebé con ganas de jugar y hacer lío, del niño que no para de interrumpir jugando con su carrito, me enamoré del chileno que siempre pide lo mismo y siempre se queja, pero siempre vuelve, porque, como yo, él también se enamoró, de nosotros, de los makis, de la locura, de la diversión, porque le contagié (o le contagiamos) ese amor. Ese amor que me nació cuando pensé que iba a odiar trabajar, cuando estaba llena de miedos y sólo pensaba que podía equivocarme, sin querer, esa locura se hizo mi salvación, la más bonita de todas, la que me enseña, me golpea, me hace caer y, con las mismas, me levanta y me hace reír, me enamora, porque es así, todos los días me enamoro un poco más del lugar, de la gente, de la comida, de los clientes, del rush y la locura, de los makis, de los chistes, de la vida. Nadie me dijo, no me contaron, no me avisaron, no me dijeron, pero me enamoré de mi primer trabajo y lo hago cada que veo a esos locos a los ojos, cada que me abrazan y los abrazo, cada que silban como saludo, cada que me reclaman no haberlos saludado, cada que se enojan porque no hay platos o porque algo se acabó, cada que compartimos miradas porque, justo cuando pensamos que el día está a punto de terminar, llega más gente, cada que se ríen cuando alguien comete un error, cada que se enojan cuando alguien comete un error, con cada abrazo, cada sonrisa, cada mirada, me enamoro y me salvo un poco más. Talvez no sea algo bueno, porque, en algún momento tendrá que haber una despedida, me iré yo o alguno de ellos, llevando su mandil y su sonrisa a otro lugar, cambiando de oficio o decididos a no hacer nada; pero el amor que le tengo a esa gente, a ese grupo humano, nadie me lo quita y eso, de ninguna manera, puede ser algo malo. A todos ellos, los que están, los que ya no, los que están a veces y a los de siempre, que hoy, para mí, son una familia más, los amo, de la manera más sincera y caprichosa, los amo.

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