martes, abril 26

A veces, el cielo se atreve a hablar fuerte, a gritar, a mirarte fijo a los ojos y decirte la verdad: que no hay ninguna verdad absoluta excepto que hay que vivir para ser feliz, que hay que vivir para disfrutar. A veces, el cielo. Siempre el cielo. 


Historias incompletas -VIII

Al otro lado de la ciudad, Mora lloraba sentada contra la puerta de su habitación, no se había calmado desde que le dio la carta a Matías para que se la diera a Fer. Ahora, sentía que nunca debió escribirla, porque mentía, porque no lo sacaba de su vida, ella se salía de la vida de él, porque a él había dejado de importarle -si es que en algún momento le importó-, pero nunca iba a sacarlo de su vida, porque lo sentía como parte de ella, porque lo quería en libertad, porque siempre iba a querer su bien, si en algún momento salía de su vida, no iba a ser porque se obligara a olvidarlo, iba a ser porque su ciclo había pasado. Ahora, quería llamar a Matías y pedirle que no le diera la carta, que olvide verla como la vio y que no le dijera que la había visto, lo extrañaba y le dolía extrañar a alguien a quien no le importaba y le dolía pensar que en esa carta le había vuelto a abrir su corazón a alguien a quien no le importaba irse de su vida, le dolía estar ahí, tirada, deshecha, llorando, sintiéndose sola, mientras él, seguramente, ni había leído la carta. 
-Mora, ¿estás bien?
La voz de Mica la sacó de su llanto
-Sí, estoy escribiendo-dijo tratando de controlar el llanto en su voz 
-Déjame entrar 
Y, sin saber bien por qué, Mora abrió la puerta 
Mica le abrió los brazos, la abrazó y se sentaron juntas en la cama
Mora no dijo nada, solo lloró y, como nunca, Mica no hizo preguntas y tampoco dijo nada, solo la abrazó y la contuvo. Luego, Mora se quedó dormida, Mica la abrigó y la dejó dormir sin saber que, en sus sueños, estaba viendo a Fer, estaba extrañando a Fer.

Historias incompletas -IX

Con esos ojos tristes y solos que casi siempre lo acompañaban cuando no estaba con Mora, Fer miraba el árbol en el patio de su casa y le era imposible olvidar que debajo de ese peral, por fin, pudo robarle un primer beso a quien hoy se iba de su vida. Tenía el cuaderno delante de él y el lapicero, en la mano derecha, pero no sabía qué escribir, no sabía qué hacer con ese miedo a perderla, pero tampoco sabía qué hacer con ese miedo a terminar de quererla. Volvió a mirar el peral y recordó la sonrisa de Mora después de ese beso, su abrazo de paz y cariño sinceros y sintió, por un rato, la tranquilidad y completa libertad que había sentido en ese momento. Sin duda, ese era su recuerdo más feliz y casi todos sus recuerdos más felices tenían a Mora tomando su mano o acompañándolo, pero tal vez era más fuerte el miedo a que un par de sus momentos tristes -de lo más tristes- también tenían que ver con Mora, con Mora y con su ausencia, a la que tanto le temía. 

Si tengo que vivir para ser tan feliz como la vez que fui más feliz sin que estés en mi vida, voy a vivir en vano, Mora, haces que mi vida sea más feliz, más libre, más fácil. Nunca se me dio lo de escribir y hoy trato de, de alguna manera, hacerte volver con esto, porque te necesito, aunque me niegue seguido a reconocerlo, te necesito siempre, necesito tu compañía, esa luz de la que hablas es toda tuya. Quisiera atreverme como te atreves a querer, volver a querer sin miedo, quisiera tener tu fortaleza, pero siempre fui igual, siempre tuve miedo y la vida se encargó de hacer crecer mis miedos, luego te puso en mi camino y cambió todo, transformaste mis días, me diste ganas de querer, pero todavía no sé si fue suficiente y me jode hacerte sufrir, por eso me fui, por eso no estoy, porque siempre termino haciéndote daño. Quisiera ser capaz de ser tu amigo, pero no es eso lo que quiero, yo quiero amarte, Mora, pero no estoy listo, pero tengo miedo, no te despidas, por favor, no te vay

Soltó el lapicero y se enojó consigo mismo por su egoísmo, por no dejarla ir cuando ya ella lo había decidido, cuando, por primera vez, ella se iba, pero no podía dejar de pensar en que no estaba lista -o en que eso era lo que decía en su carta-, que, si se iba hoy, era por él, por su incapacidad para decirle ciertas cosas, por su miedo y su ausencia. Los ojos de tristeza y soledad de Fer derramaron una lágrima atrevida y decidió no escribirle a Mora, decidió dejarla ir, sin decidirlo en realidad y, todavía, con unas ganas locas de quererla, de tenerla en su vida, de amarla.

jueves, abril 21

Huellas

Camino sobre cada una de las huellas que hice mientras caminaba sonriendo y no sonrío con ninguna de ellas, porque ninguna de ellas guardó consigo el motivo de mi sonrisa, camino sobre cada una de esas huellas y parezco verme, desde lejos, sonriendo mientras las hago, sin conciencia de que estoy dejándolas, solo sonriendo, vuelvo a caminar sobre cada una de esas huellas, pero no vuelvo a sonreír, vuelvo a caminar sobre cada una de esas huellas y pienso que volveré a encontrar, así, mi sonrisa, pero no me doy cuenta de que para sonreír de nuevo debo hacer nuevas huellas, caminar más lejos, tirarme al suelo y ver el sol, sonreír sin las huellas y sonreír sin motivo, sin buscar un motivo guardado en esas huellas, solo atreverme, una vez más, a sonreír.

Historias incompletas -X

No siempre las historias tienen finales felices, tampoco tienen finales, solo dejan de ser historias, se desdibujan, desaparecen, se esfuman, se van desvaneciendo o se desvanecen porque para alguno de los protagonistas la historia nunca fue más que un escape, que un refugio temporal, porque la historia, en realidad, era solo un cuento, un invento.

Hola, Fer, no estoy lista para decirte adiós y, tal vez, nunca vaya a estarlo, pero hoy decido, después de mucho, sacarte de mi vida. Sí, hace mucho tú decidiste sacarme de la tuya y yo decidí quedarme, como lo había decidido ahora, porque pensé que, probablemente, podríamos hablar y ser amigos y ver si nuestra amistad era más fuerte que lo demás, pero hoy me doy cuenta de que no te importa, no te importan ni mi amistad, ni mi amor, ni mi cuerpo, ni yo, no te importo y espero, de todo corazón, que, en algún momento, sí te haya importado y que nuestros momentos juntos hayan sido para ti tan de entera sinceridad como lo fueron para mí, espero que, en algún momento de lo que sea que tuvimos, te haya importado de la manera en la que tú me importas hoy, que, en algún momento, hayas querido mi bien como yo quiero el tuyo, porque me duele la idea de que no, de que nunca hayas querido cosas buenas para mí, de que no haya habido sinceridad y solo me hayas usado como un refugio temporal, me duele la idea de haberme equivocado tanto contigo, tanto al escogerte, me duele escribirte hoy y no mirarte a los ojos para hablar, me duele que ya no me busques ni en tus sueños, cuando yo sigo buscándote siempre, hasta en la realidad, cuando yo sigo creyendo, como la siempre estúpida que fui, que, en algún momento, vas a volver a mí porque me quieres, porque algo en ti te dice que te hago falta, porque sientes un vacío que no sabes llenar con nada que no sea yo y tal vez eso es egoísta de mi parte, pero ya eso me importa tan poco como me importa mi orgullo, tan poco como me importa que me leas ahora y sientas que estoy dolida, he vivido gran parte de mi vida queriendo cuidarte, tratando de cuidarte, queriendo cuidarte siempre y dejé de cuidarme a mí, pensando que, tal vez, tú querías cuidarme a mí, porque eso era lo que me hacías sentir cuando estábamos juntos, en nuestras largas charlas nocturnas mirando la luna, pero hoy me doy cuenta de que no, nunca te importó cuidarme y, de nuevo, me creí sola el cuento que yo me inventé, pensando que si habíamos vivido dándonos siempre vueltas y habíamos tenido momentos tan mágicos juntos era porque algo más había detrás, porque, en algún sentido raro que no entendía, estábamos íntimamente conectados, estábamos unidos y hoy, de nuevo, me doy cuenta de que no, de que tal vez nunca fue así y solo fui yo la que no supo dejarte ir y todos mis miedos vuelven a aparecer y mis condicionamientos vuelven a asustarme y me siento, una vez más, sola, porque estoy sin ti, porque no solo dejé de tenerte, sino que tal vez nunca te tuve y viví aferrada a una historia que solo era eso, una historia, que no tenía una contraparte real, que no existía en la realidad, era un cuento que me hacía bien y me mantenía a flote y, hoy, me hundo en ese fondo, en ese hoyo al que tú tanto le temes y al que yo nunca le temí, porque me creí que te tenía para no hundirme, pero nunca te tuve y, tal vez, siempre estuve hundida, siempre estuve atrapada en esta oscuridad de la que no sé salir y en la que sabía estar contigo, porque eras luz para mí, pero hoy estoy despiadadamente sola, sin tu luz y sin la mía, hoy, al perderte -o perder la idea de ti- me pierdo a mí, pierdo toda la fortaleza que construí sobre una base inexistente, pierdo todo eso que, en realidad, no existía. De corazón, espero que seas muy feliz, que nada te pare, que no dejes que el miedo sea más fuerte que tú nunca, que te atrevas a vivir, que vivas, que llores y que sonrías, pero que vivas, que nada te frene, sobre todo, que no seas tú mismo quien te frene, vive, vive para ser feliz, tan feliz como la vez que hayas sido más feliz en tu vida, vive siempre, Fer.
Gracias por el cuento que me dejaste inventar,
te amo.
Mora

Y esa fue la primera vez en que Fer sintió a Mora perdida, en que sintió que Mora se iba de él, que perdía esa parte de él que no se atrevió a cuidar, que no se atrevió a terminar de querer. Lloró un poco, sin saber qué hacer y, luego, como casi nunca, decidió escribir algo para ella.

lunes, abril 18

Historias incompletas XI

Mora esperaba sentada viendo a los viajeros saludarse y despedirse, viendo a la gente llorar de tristeza o de alegría, veía, en especial, a una abuela que llevaba un globo en la mano, veía la ansiedad en su pierna derecha, que, como la suya, se movía sin parar, oía los mensajes que cada tanto daban y tomaba un café bastante feo, pero parecía no importarle mucho, dejó de mirar a la abuela y se paró a buscar algún dulce para que la espera se haga menos larga o, por lo menos, caminar la distraiga un poco. Compró un alfajor de los que Fer siempre le compraba y esperó que hayan pasado unos 20 minutos, pero no habían pasado ni 3, compró otro café feo y volvió a su lugar y volvió a concentrarse en la abuela y en la ansiedad de su pierna, que parecía moverse al compás de la suya, ambas esperaban con ganas de que la espera termine, de pronto, la abuela la miró, se fijó en su pierna ansiosa y sonrió: ya eran amigas o, por lo menos, eran parte del mismo club de ansiedad. Mora sacó el cuaderno que casi siempre llevaba en la cartera y un lápiz que le dieron el día de su entrevista, empezó a dibujar, pero el dibujo se fue convirtiendo en palabras y terminó siendo poesía sobre la espera, sobre la abuela, sobre la ansiedad y sobre el amor, miró hacia arriba buscando el estado del vuelo que esperaba y leyó un angustiante "Demorado", cerró el cuaderno, se paró y fue a botar el vaso de ese café que ya no aguantaba, volvió a sentarse y, de nuevo, comenzó a escribir, su pierna se movía un poco más y parecía estar escribiendo en círculos, sin avanzar, no decía nada, aunque escribía mucho, pero nada pasaba, el cuento no cambiaba, la historia no avanzaba, solo giraba sobre el mismo punto, una y otra vez, CÍRCULOS, MORA, CÍRCULOS sonaba en su cabeza cuando algo la distrajo, una voz dulce 
-Hola
-Hola-respondió sorprendida
-Vi que esperamos y que la lluvia nos va a tener aquí por un rato
-Sí y que movemos las piernas al compás-rió avergonzada
-Eso también, ¿a quién esperas?
-A mi amor, ¿usted?
-También...esperas a tu novio, ¿entonces? 
-Espero a mi-se detuvo a pensar que Fer no era su novio, no era nada, pero era todo-mi compañero favorito
-Entonces, estamos esperando a la misma persona-la abuela rió y Mora también
Mora levantó la mirada y el estado del vuelo había cambiado "Aterrizó", sonrió y le dijo a su nueva amiga "el mío ya llegó", ella miró el tablero y dijo "el mío también", como si fueran amigas hace tiempo, se pararon juntas, Mora le ofreció su brazo y caminaron juntas hacia la zona de llegadas, ya no podían ver su ansiedad, porque paradas sus piernas no se movían, pero cada una sentía lo fuerte que latía su corazón y el sudor que empezaba a aparecer en sus manos, de pronto, la puerta se abrió y salió un niño, de ojos grandes y muy brillantes, con una capa de Superman, corriendo, escapando de su mamá, se detuvo, vio a la amiga de Mora y gritó "¡abue!", ella se soltó del brazo de Mora y se agachó a abrazar a su nieto "¡mi amor, cuánto te extrañé!" y lo llenó de besos, mientras él reía y su mamá los veía feliz, como Mora, que se había perdido en esa escena, que los veía como si ella hubiera esperado siempre ese reencuentro, como si fuera su abuela la que estaba tan feliz, como siempre que se emocionaba, un par de lágrimas cayeron mientras sonreía y, mientras la abuela se incorporaba con su nieto en brazos, le dijo "qué compañero más hermoso" y ella sonrió 
-Santi, ella es una amiga de la abuela, que también espera con muchas ganas a su amor
-Hola, amiga de la abuela
-Hola, Santi, ¿viniste a salvarnos a todos?
-Sííí-dijo hinchando su pecho y tomando el globo que su abuela tenía en la mano
-Mora-una voz la sacó de lo embelesada que estaba con Santi
-¡Fer!
Y caminó hacia él para abrazarlo fuerte, cayeron un par de lágrimas más y sonrió como cuando despertaba a su lado y él todavía estaba dormido, como cuando lo veía soñando en paz, lo besó y la ansiedad se detuvo, se fue. 
-¡Lo que te extrañé!
-Y yo a ti-le dijo al oído sin soltarlo, acurrucándose en su cuello como para ya nunca dejarlo ir
Fer sonrió y la abrazó fuerte por la cintura para luego soltarla y tomar su mano mientras tomaba, con la otra, su maleta, segura, de su mano, lo miró a los ojos sonriendo y le dijo "eres mi compañero favorito, Fer" y él sonrió.  

r e f l e j o

Y un día despiertas, te lavas la cara, miras a los ojos a tu reflejo en el espejo y te preguntas cuándo fuiste más feliz y, de pronto, recuerdas ese momento específico, que pudo no tener nada de impresionante, pero que se ha quedado para siempre tatuado en tu recuerdo, que aparece una vez cada tanto a hacer temblar todo lo demás. Entonces, te sobas los ojos, vuelves a mirarte y te preguntas qué estás haciendo para volver a ser así de feliz y te preguntas si, en este momento, eres así de feliz y, si sonríes, lo eres y el cuento se acabó, pero si no sonríes y dudas y tus ojos te buscan de nuevo en tu reflejo, te preguntas por qué y te preguntas si puedes ser así de feliz una vez más y, tal vez, para siempre, y decides deshacerte de lo que te frena y jugarte por esa felicidad inalcanzable que alcanzaste y que quieres volver a alcanzar y te atreves, te lavas la cara una vez más, te miras a los ojos con seguridad y sonríes, vuelves a vivir para no sólo ser feliz, sino para ser así de feliz.

domingo, abril 17

acrofobia

Veo el puente que llaman el de los suicidas desde abajo, desde la luz que alumbra el puente y a los que se atreven a dejar de vivir, pero no se atreven a seguir viviendo, y siento náuseas y siento pánico, aunque el cielo y la luna brillan fuertes en el fondo, y pienso que, tal vez, mi miedo a las alturas no es a las alturas, sino al suelo, a las paredes, a las barreras, porque al cielo no le temo nunca, ancho, inmenso y abarcador me cobija, y tampoco le temo al mar cuando lo veo desde arriba, lo ansío en su inmensidad, con su frescura, en cambio, al suelo le temo con cada parte de mí, al suelo le huyo, el suelo me marea, la ciudad me abruma, me marea, el suelo repleto de movimiento me hace temblar y mirar el cielo, que es esa altura que libera, que me hace sentir segura y libre, siempre libre.

viernes, abril 15

Ciudad silenciosa

Pedro camina seguro hacia la parada del bus, su música favorita revienta en sus oídos y la ciudad pasa a su lado en silencio, ni el niño que grita, está rojo y con lágrimas cayendo por sus mejillas haciendo un berrinche perturba su paz, no lo oye, entonces, casi no lo ve. Anita, como siempre, va tarde a entregar su maqueta, se gastó la plata que su mamá le dio en una torta de chocolate el día anterior, así que tiene que sortear a todos mientras corre balanceando su maqueta para llegar a la parada del bus. Pedro no pierde la calma y mueve los dedos mientras tararea, esquiva a un perro que parece demasiado cariñoso y para a comprar un chocolate, se quita los audífonos, descubre el ruido de la ciudad por el minuto que le toma pedir y pagar el chocolate y, luego, de nuevo, se deshace de él recuperando la explosión de sonido en sus audífonos. Anita ya no sabe a qué santo más rogarle en silencio por que su profesor siga esperándola mientras no deja de correr, distraída en escoger a un santo nuevo, no se da cuenta de que está a punto de chocar. Pedro sigue andando acompasado sin mirar más de lo necesario a su alrededor, pero algo llama su atención: una chica con una maqueta casi más grande de lo que parece soportar corriendo lista para encontrarse con el poste del semáforo peatonal, sin dudarlo, se adelanta y la detiene tomándola del brazo. Anita siente una mano sosteniendo su brazo y vuelve a concentrarse en el camino, ve un poste en frente de ella y voltea. La música de Pedro parece dejar de sonar, pero el ruido de la cuidad no crece, todo se mantiene en silencio apenas la chica de la maqueta voltea, Pedro nunca había visto unos ojos tan dulces. El caos de Anita se detiene, su maqueta parece menos pesada y, por primera vez en el día, estable, sus rezos internos se callan y el ruido de la cuidad ya no está, se fue. Estos dos extraños se miran a los ojos como si fueran novios que, por hoy, quisieron jugar a no conocerse, su ciudad pierde la voz en este encuentro y los corazones de ambos parecen latir un poco más fuerte. Ni la maqueta, ni la música, ni el niño berrinchudo, ni el profesor, ni el perro demasiado cariñoso, ni el poste importan ahora, importan los ojos de estos dos extraños que se acaban de encontrar, importa la luz que refleja el uno en el otro, importa este momento de encuentro inesperado. Anita sonríe y Pedro, al verla, también. Anita le agradece, da media vuelta y continúa su camino, el tiempo vuelve a andar, el volumen de la música sube una vez más y la maqueta, en sus manos, tiembla de nuevo o, talvez, tiemblan sus manos como tiemblan las de Pedro, que camina tras de ella.

jueves, abril 14

Cajas llenas

Tomar la nada en nuestras manos, escoger nuestra nada favorita, la nada más nada de todas, y atraparla en una caja de cristal y cerrar la caja, ponerla en la mitad de la sala como nuestro adorno favorito. Mostrar orgullosos nuestra caja llena de nada, repleta de nada hasta en su esquina más aguda. Mostrar orgullosos nuestra nada, que es lo único y todo lo que hay en la caja y, entonces, nuestra nada favorita se convierte en todo y ya nada de ella es nada, porque la nada se ha hecho todo lo que vive atrapado en esa caja, en ese ataúd de cristal. Nuestra nada más nada de todas es, ahora, todo lo que es nada, toda nuestra nada. Sentarse y observar la nada, ver la nada, sentir la nada, contar la nada, ser la nada y, entonces, ser todo.

miércoles, abril 13

Historias incompletas X

-¿Hola?- respondió Mora, con voz de dormida

-Tus miedos son los míos, Mora, solo que yo no tengo tu fortaleza

-Hola...esa fortaleza mía nace en ti

-Hola, dormilona, perdona, necesitaba decirte...creo que siempre callo mucho

-Hola, precioso, gracias, necesitaba que me lo dijeras

-Yo necesito verte, abrazarte, comerte a besos, te necesito

-Yo a ti, siempre

Conversaron un poco más sobre lo cercano de su reencuentro y Mora recordó que tenía una entrevista:

-Me voy a bañar, ¡cómo quisiera que estés acá!

-Si estuviera allá, te perderías la entrevista...¡a bañarse, señora!

Mora rió, le mandó un beso y se despidió. Después de bañarse acompañada por la música sonando a todo lo que daba, se cambió, se peinó, tomó un café medio frío y salió a la calle. El sol brillaba fuerte, como iluminando todo y Mora sentía que su corazón también, que su calma se había renovado, cantando desafinada -como siempre- caminó las 13 cuadras que la separaban de la entrevista. Cuando estaba sorteando el último charco de la última cuadra, la música en sus oídos se detuvo: era un mensaje de Fer.

"Suerte, después avísame cómo te fue. Gracias por todo lo que me das"

Sonrió como tonta, como cada vez que leía uno de esos mensajes tiernos que, de vez en cuando, se le ocurrían a Fer y, cuando se dio cuenta, ya tenía la bota metida en el charco, rió, sacudió el pie y siguió andando. Llegó a la puerta del lugar, respiró hondo y entró, las manos le sudaban, como muy pocas veces en la vida, y las primeras sílabas de lo que dijo sonaron débiles y nerviosas

-VenVENGO a la entrevista

La recepcionista la miró sin darle mucha importancia y le señaló el sofá que estaba detrás de ella mientras se dirigía a la oficina de su jefe. Mora, ya sentada, no podía evitar mover su rodilla derecha sin parar y eso la hizo pensar en por qué eso nunca le pasaba cuando tenía a Fer tomando su mano, era como si, con él, su ansiedad dejara de existir, pensó, como ayer, en cuánto quería tenerlo cerca y, cuando empezaba a perderse en el recuerdo de su sonrisa, la voz de la recepcionista la interrumpió para guiarla hacia la sala donde sería la entrevista. La jefe de la recepcionista era una mujer risueña y de cejas pobladas y oscuras, de ojos grandes y tan risueños como ella, lo que generó confianza inmediata en Mora. Ambas se sentaron y conversaron por lo que, para Mora, fue media hora hasta que el sonido de su celular las sacó de la tertulia, era Fer, preguntando si todo había salido bien. En realidad, había sido una hora de larga charla y Fer, obviamente, estaba ansioso por saber, Mora le agradeció a la jefe risueña, se despidió de la recepcionista con un "hasta luego" acompañado de una sonrisa y llamó a Fer.

-Gracias

-¿Por qué? ¿Cómo te fue? ¿Todo bien?

-Por ser mi paz, por tu calma, por tu fuerza, por todo lo que eres en mi vida, gracias

-El "gracias" es mío, eh -dijo Fer mientras reía y buscaba la forma de que Mora entienda que todo eso solo era el reflejo de lo que ella le daba

-Sí, señor, pero...¡gracias!

-No hay otra causa para que pueda darte eso que todo lo que me das, gracias

-Te amo, Fer, quiero tenerte siempre

-Te amo, Mora, siempre me vas a tener

Y esa frase bastó para que todo lo demás dejara de importar en ese momento para Mora, por fin, tenía la confirmación de Fer de que iba a estar para siempre; salió del lugar y, con Fer en sus oídos, con todas sus ganas, saltó hacia el charco. Con Fer de su lado, volvía a atreverse como se atreven los niños, pero con las convicciones de alguien un poco más grande, con Fer de su lado, sentía que podía vivir todo lo que quisiera vivir, porque, con Fer de su lado, vivir se hacía fácil.

Miedo flaco

Cada vez que me guardo un beso, un suspiro o una confesión, alimento al miedo, pienso que lleno su panza y me hago un poco más chiquita, cada vez que quiero, pero digo que no, cada vez que callo lo que quiero gritar y cada vez que escojo no despertar, lo hago crecer, le doy vitaminas y le doy risa, lo hago más fuerte. Cada vez que temo, me miento y me digo que, eventualmente, el miedo va a parar, el miedo va a explotar y se irá, pero me olvido de que el miedo nunca se llena, que su panza quiere más, que no se alimenta solo de mis miedos, de mis frenos, se alimenta, también, de los de los demás, me olvido de que, cada vez que lo dejo ganar y, por él, dejo de hacer, late más y más fuerte, galopa, da pasos gigantes, me olvido de que soy yo quien lo hace crecer, quien evita que pare. Quiero atreverme y alimentar a mis ganas cada vez que doy un beso, que elijo hablar, hacerlas crecer, hacerlas creer y bailar, quiero dejar con hambre al miedo, con su panza rugiendo, rogando, mientras el canto de mis ganas no me deja oírla, mientras mis ganas crecen y laten y laten más fuerte que el miedo y laten más fuerte que yo. 

lunes, abril 11

caminos

En el camino que, últimamente, tomo para llegar al trabajo, hay un árbol que me encanta, alto, muy alto, de tronco marrón, casi gris, sin muchas hojas, pero con un montón de flores rosas, lo veo y me parece dibujado o pintado, el fruto de la imaginación de alguien y lo veo y pienso que me gustaría ser yo quien lo imaginó, quien lo pintó así. No importa si estoy apurada o tengo tiempo de sobra, no puedo evitar detenerme a mirarlo siempre que paso a su lado, imponente, floreado y con las sombras perfectas me encandila, me invita a fotografiarlo, pero, siempre, como en casi todos los momentos en los que soy feliz, olvido tomarle fotos, lo veo, camino un poco más y volteo a verlo de nuevo y sigue ahí, es mi constante. Todo lo demás en mi camino parece cambiante, menos ese árbol, que es mi nuevo árbol favorito, todo lo demás es alterable, mi árbol, no, mi árbol está ahí para mí todos los días, incluso los días en los que no está en mi camino, mi árbol sigue ahí, repleto de flores y de luz, mi árbol sigue siendo para mí. Hoy, por primera vez, pasé de noche a su lado, con la sonrisa de la luna sobre él y sin gente a su alrededor, me quité las sandalias y me senté en el pasto que cubre sus raíces, lo sentí con mis pies descalzos y me recosté un rato a mirarlo desde abajo, a ver la luz de la luna a través de él, por entre sus ramas y sus flores y sonreí, casi sentía que no hacía falta nada más. Hoy, por primera vez, me detuve en él por completo y dejó de importar a dónde iba o de dónde venía , el camino era mi árbol, el camino era ese momento y eso me recordó que quiero vivir para disfrutar mi camino, mi meta no me importa, tampoco mi comienzo, me llena este momento y me abrazo fuerte a mi árbol, a este momento del camino en el que me atrevo a detenerme, me abrazo a sus flores y a la luz de esa luna que desaparece, pero que, ahora, está.

domingo, abril 10

sobre instinto y dignidad

Les hicieron creer que llorar estaba mal, que era una señal de debilidad y que el otro no podía percibirlos como débiles jamás, porque el otro ataca al débil, porque, finalmente, somos animales y el instinto siempre puede más y el más fuerte -o el que decide mostrarse menos débil- es el que siempre tiene las de ganar. Les hicieron creer, también, que algo en ser sinceros con lo que sienten, en abrir sus corazones o sus mentes, que algo en decir la verdad, en ser reales, los hacía perder dignidad, los ponía en peligro o los volvía menos, los reducía a eso que, en ese momento, sentían. De paso, les hicieron creer que la gente se aprovecharía de ellos si hablaban de sus sentimientos de verdad, si hacían lo que sentían hacer por las otras personas, les dijeron que al otro hay que ayudarlo hasta cierto punto, porque después se acostumbra y se aprovecha, porque siempre tenemos que cuidarnos del otro. Se olvidaron de contarles que llorar está bien, que libera y sana; no les dijeron que hay que dejar de temerle tanto al otro, porque el otro es uno igual a nosotros, con sus miedos, sus lágrimas y sus ganas, porque no somos solo animales, porque el instinto puede, pero el corazón y la mente pueden más, las ganas de no dañar son siempre más fuertes; se olvidaron de decirles que es en esa expresión de nuestra vulnerabilidad con el otro que, finalmente, nos encontramos y creo que nunca les contaron que eso que tanto protegemos del otro es lo que tanto cuidamos para entregarle a un otro y, mientras no nos atrevamos a sentir y hablar de lo que sentimos, no podremos darnos por completo a ningún otro y ningún otro podrá darse por completo a nosotros. Yo les quiero contar que ya es hora de dejar la idea de que el otro nos quiere hacer daño, ya es tiempo de olvidar la idea estúpida de no hablar por "dignidad" o por orgullo, de dejar de creer que, en las relaciones, siempre hay uno que debe tener el poder, que siempre hay un otro que debe dominar, es tiempo de darnos cuenta de que las relaciones son horizontales, que somos del otro tanto como seamos nuestros, es hora de sentirnos orgullosos de lo que sentimos, de dejarlo ser y expresarse, de mirar al otro a los ojos y permitirnos la vulnerabilidad, el llanto, el miedo y la alegría que lo inunda todo, la luz que explota desde adentro, es tiempo de ser quienes somos con el otro y dejar que el otro pueda mirarnos a los ojos y vernos, realmente, vernos. Les quiero contar que el tiempo para ser, equivocarnos, reír, sentir y vivir es ahora, es hoy, es este instante.

sábado, abril 9

Historias incompletas IX

Hola, Fer, sentada viendo a través de esta ventana que nos ha acompañado en tantas tardes de charla y en algunas pocas noches de baile, no puedo evitar pensar en ti y en las ganas que tengo de volver a verte, de sentir, de nuevo, tu olor, de abrazarte fuerte y darte un beso, de sonreír y de que mis ojos sonrían con los tuyos...te extraño. Creo que nunca me voy a acostumbrar a los días en los que no estás, creo que no quiero aprender a no tenerte y eso me asusta, porque, si un día decides irte, me hará falta una parte de mí y sentiré un vacío que no podré llenar, porque sólo tú encajas en ese espacio vacío, porque, siendo piezas tan complejas, armamos un rompecabezas fácil e imprescindible, mi rompecabezas favorito. Hoy, creo que temo, pero no le temo a que dejes de ser el que me ama todas las noches y cada mañana, le temo a que dejes de ser mi amigo, a que dejes de acompañarme, a que dejes de ser esta presencia que le da tanta luz a mi vida, le temo a tu ausencia, le temo al vacío que dejarías y le temía a no poder decírtelo, pero, hoy, en esta carta y en esta nostalgia de ti, me atrevo a confesarte que te necesito siempre en mi vida, que te amo como ser más que como hombre o como amor, te amo para acompañarnos y ayudarnos siempre, cuando elijas a alguien más o cuando prefieras la soledad, te amo más allá de lo que somos hoy, te amo. 
                                                      Mora
PD: perdona por siempre permitirme abrirte todos mis miedos y mi amor, me pareció que una carta era el arranque romántico y seguro más lindo para hacerlo (ya regresa)

Fer secó esa lágrima valiente que rompió la tradición de todas esas lágrimas que guardó y sonrío sin saber bien por qué, pero luego lo entendió. Saber que Mora compartía algunos de sus miedos, y, también, sus ganas, lo calmaba, lo hacía sentir que no estaba tan loco o que no estaba tan solo en su locura. Él no sabía si sería tan fuerte como para tener a Mora en su vida sin amarla todas las noches o cada mañana, pero sabía, sí, que la amaba con la fuerza con la que ella lo amaba a él, sabía, también, que la luz de la que Mora le hablaba era la misma de la que ella inundaba su vida y sabía que la extrañaba tanto como ella a él, que ansiaba tenerla cerca y perderse entre su pelo, en su olor, en su amor, la extrañaba. Terminó su café, dobló la carta, la metió en su bolsillo y empezó a marcar en su celular.

jueves, abril 7

Una nube

Cuando ya no puedo más, cuando me abrazan el miedo y el dolor, cuando quiero cegarme y no sentir, me detengo y miro el cielo, me dibujo en todas las nubes y sueño con ser una, sueño con esa existencia suave, momentánea, etérea y volátil, sueño, también, con estar cargada de lluvia, rayos y truenos, con reventar en un rayo repleto de luz y llorar toda mi lluvia y deshacerme de mis entrañas, renovar el pasto y mojar algunas ideas, obligar a la gente a cobijarse o a empaparse bailando con la lluvia y volver a mí y bailar y mojarme hasta ser toda agua, hasta ser toda lluvia, hasta ser toda yo, hasta ser. Cuando ya no puedo más, cuando me abrazan el miedo y el dolor, cuando quiero cegarme y no sentir, me dejo ser una nube, me permito una existencia leve y momentánea cargada de lluvia, dejo que el viento me lleve a donde sea y existo y vuelvo a ser.
Cuando puedo todo, cuando me abrazan la valentía y la alegría, cuando quiero despertar y sentir, me detengo y miro el cielo, y, de nuevo, me dibujo en cada nube y, de nuevo, me siento cada nube y, una vez más, llueve mi alma entera y, otra vez, boto toda mi luz en un rayo y, de nuevo, bailo mojada, bailo empapada, queriendo ser lluvia, queriendo ser nube y, otra vez, soy una nube y, una vez más, existo, sonrío y soy.
"Las tazas sobre el mantel, la lluvia derramada..." 


Y las lágrimas volvieron a caer y mi alma, una vez más, volvió a extrañar.



miércoles, abril 6

respiro

Un día, el tiempo dejó de correr, se detuvo y te puso en modo automático, dejaste de ser, dejaste de hacer lo que querías para hacer lo que creías que tenías que hacer, dejaste de creer, de sentir, te creíste que habías dejado de pensar y te dedicaste a hacer, sin escoger, sin parar, solo hiciste, como siguiendo una lista de instrucciones que tú mismo te impusiste, sin ser una rutina, era una monotonía, pero nada podía detenerte, porque lo tenías que hacer, porque la única forma de avanzar era cegarte, porque te creíste que, aunque no te hiciera subir, evitaría que caigas, porque pensaste que automatizarte te libraba de sentir, de doler y, también, de reír, porque te creíste que esa era la forma de mantenerte estable, pero un día, no pudiste evitar abrir los ojos y ver que, aun cuando solo querías avanzar, estabas entrando en un hoyo, te estabas hundiendo en todo lo oscuro de lo que habías querido escapar, porque no hay escape cuando estás en automático, porque cegarte termina hundiéndote más, porque el engaño de caminar dormido solo dura hasta que te despiertas, porque, en algún momento, tienes que decidir, porque, en algún momento, toca volver a vivir, a doler y, también, a reír, porque se termina el engaño, se termina la pesadilla de andar sin querer y despiertas y, de nuevo, sigues tú en el espejo, con los mismos miedos y las mismas ganas, porque despiertas y las ganas de vivir te recuerdan todo lo que quieres hacer y quieres, una vez más, dejar de lado lo que crees que tienes que hacer, porque sabes que lo único que tienes que hacer es vivir, dejar de caminar dormido, echar, de nuevo, el tiempo a andar y sentir y vivir. Entonces, te liberas de la rigidez, te quitas el modo automático, sonríes y decides volver a intentar equivocarte, volver a andar sin un rumbo exacto y calculado, volver a permitir las sorpresas y volver a permitir la vida, sales, poco a poco, del hoyo y, de nuevo, encuentras luz, vuelves a conocer tu propia luz y, una vez más, puedes andar sabiendo que el hoyo es una opción, pero ya no es la única, que el tiempo ya no va a dejar de correr y que tú puedes detenerte cuando quieras, pero, también, que ahora dueles, sientes y vives, que estás viviendo, que, por fin, decidiste ser.

martes, abril 5

ser solo

La belleza de permitirse la vulnerabilidad en todo su esplendor con alguien más, la libertad de, sin escogerlo, dejarse ser con ese alguien, la confianza de mostrar cada uno de sus lados, de desnudar todos sus miedos, de cantar todas sus alegrías, de llorar las cosas buenas y, también, las cosas malas, la felicidad de estar, de compartir, de vivir acompañándose. Y, luego, un día, el miedo, el pánico, el terror a que ese alguien decida ya no estar, decida ya no acompañar, decida ya no ser, el terror no a estar solos, sino, a ser solos, el terror a perder el piso, a que los miedos vuelvan a temblar, a que las lágrimas no encuentren abrigo, el miedo a ya no compartir, a volver a aprender a ser solo, pero, sobre todo, el pánico a ya no poder aprender a ser solo, a sentir que solo se puede ser del todo si es con ese alguien más, el terror a ya nunca ser. Y, luego, otro día, ver que todo se derrumba, cada parte de la vida se va cayendo poco a poco y ese alguien ya no está y esa mano se esfumó y temer, de nuevo, temer no poder, temer explotar, temer y, de pronto, algún día, creer para no colapsar, creer para dejarse ir, creer para explotar y volver a la libertad, creer en uno y en sus ganas, en sus miedos y en sus aciertos, creer para vivir, creer para, finalmente, poder ser. 


Historias incompletas VIII

El día de Mora había sido largo, ella estaba cansada y no todo salió como esperaba. La edición del libro seguía estancada, su jefe no comprendía de dónde venía lo que quería transmitir y Fer estaba lejos, en uno de esos viajes que, de vez en cuando, el trabajo le exigía. Salió de la editorial sin muchas ganas, con sus audífonos repletos de rock como escudo contra la ruidosa ciudad y se dio cuenta de que empezaba a llover, no había llevado el paraguas que Fer siempre le decía que lleve consigo ese mes y sonrió. Últimamente, cuando llovía, él la tomaba de la mano y la cobijaba bajo ese gran paraguas, entonces, ya nunca se mojaba. Hoy, estaba sola y, por fin, podía mojarse, podía inundarse el alma entera de lluvia, subió el volumen de la música y empezó a andar sobre los charcos y escapando de los techos, mientras la gente con paraguas aprovechaba los pocos techos dejando que los desparaguados se mojen, como castigo a su falta de precaución. Mora empezó a llorar, a dejar las lágrimas caer como las gotas de lluvia caían, cada gota de lluvia que tocaba su rostro lavaba una lágrima y le permitía a otra salir, mientras lloraba, trataba de no pensar, pero sabía bien que lo que quería, después de dejar que la lluvia le lave el alma y las lágrimas, era llegar a casa y encontrar a Fer, listo para abrazarla y contenerla, para abrigarla entre sus brazos, pegada a su pecho, sintiendo su olor. Esa idea la hizo sonreír mientras las lágrimas no dejaban de caer y, cuando volvió a concentrarse en la calle, ya estaba parada frente a la puerta de su edificio. Entró, trató de secar un poco las suelas de sus botas para evitar ensuciar el piso que Anita se esmeraba tanto en limpiar y caminó hacia el ascensor. Sola en el ascensor, con un solo de batería sonando fuerte en sus oídos y golpeando al ritmo de sus latidos, no dejaba de pensar en su mal día, en la lluvia, que tanto le encantaba, pero que no terminaba de hacerle bien y en Fer y en cuánto lo necesitaba siempre. Salió del ascensor, fue hacia su puerta, sacó las llaves y otra lágrima cayó, recordándole que Fer no estaba tras esa puerta, que le tocaba hacerle frente sola al recuento de ese día feo. Mientras giraba la llave, sonó su celular: 
-¿te fue bien? Te extraño
Un par de lágrimas más y la voz entrecortada de Mora respondieron:
-no...te extraño más
Bastaron esas palabras y esas lágrimas para liberar a Mora del monstruo de ese día, parecía solo necesitar contarle a Fer sobre sus días, los buenos y los malos, también, los aburridos, para aminorar su carga, para respirar con la libertad con la que la lluvia cae y con la simpleza con la que la moja. Él la escuchó y, como siempre, la contuvo y renovó sus ganas, la calmó. Mora hizo un café mientras él le contaba sobre su día y suspiró, él se quedó en silencio y ella casi pudo percibir su sonrisa a través de la línea. Fer, sonriendo como cada vez que la veía dejando que sus ojos se pierdan en los suyos, dijo "gracias" y, para ella, eso fue suficiente.

lunes, abril 4

Y, en algún momento, el silencio se hará grito. 


"No corras más, tu tiempo es hoy"

viernes, abril 1

Historias incompletas VII

La alarma sonó, pero no importaba, despertar y verla dormir en paz, a su lado, era lo único que importaba en ese momento para Fer, abrazarla más fuerte, volver a sentir su aroma, besar su espalda y enredarse, de nuevo, en el olor de su pelo, no importaba nada más; cálido, teniéndola en sus brazos, se volvió a dormir. No pasó mucho tiempo hasta que, en medio de la oscuridad, descubrió su silueta alzándose sobre él, sintió su pelo acariciar un poco su pecho y lo vio suelto, cayendo sobre él, acercándose un poco y encontró a la luz de esa silueta acercarse a darle un beso, terminó de abrir los ojos y vio los de Mora, llenos de luz, sonrió y la besó, mientras cada parte de él reaccionaba al sentir el suave contacto con su piel y sus manos atrapaban su cintura y jugaban a volver a conocerla. Para Fer era imposible no aferrarse a cada parte de Mora y acercarse a ella cada vez más, perderse en ella, en su aroma y en su piel, confundir su cuerpo con el suyo, para Fer, era imposible, también, no entregarse por completo cada vez que ella así lo quería y, así, se dejó ir en ese momento, que era de sus favoritos del día, se inundó de la libertad que sentía cada vez que le pertenecía y dejó que cada parte de él fuera de Mora por ese instante en el que cada parte de ella le pertenecía. Luego, no pudo contener sus ganas de abrazarla fuerte y atraparla sobre su pecho, donde a ella le gustaba tanto estar, mientras besaba su frente soñando que nunca lo soltara, que nunca se diera cuenta de cuán imprescindible era en su vida, de cuánto añoraba su aroma cada mañana que no despertaba a su lado, soñando que ese momento durara para siempre, que ese momento sea su siempre. Casi sin pensarlo, las palabras salieron como asustadas, como desesperadas "no me sueltes", ella solo acarició su pecho y no dijo nada, entonces, otras palabras, todavía más desesperadas, encontraron salida "¿me vas a soltar?". Esta vez, Mora respondió "no, no está en mis planes" y eso lo alivió, pudo sonreír y la atrapó aún más contra su pecho, ella le besó el cuello, lo que lo hizo desear no ir a trabajar y quedarse para siempre con Mora besando su cuello y abrazándolo fuerte, dándole paz. 

Recordó que era inevitable trabajar y empezó a hacerle cosquillas, aun cuando sabía que eso solo haría crecer su deseo, porque le encantaba verla reír, la encantaba verla descontrolada, tratando de no reír, de ser fuerte. Ya estaba, de nuevo, atrapado en esa sonrisa que tanto lo liberaba, que le daba tanta luz, mientras Mora pataleaba, reía y se retorcía tratando de escapar. Mientras él se perdía en su risa y sus ojos dulces, ella lo besó y supo que había perdido, que, de nuevo, le pertenecía por completo, y ella aprovechó para salir de la cama y escapar a la cocina. Mientras escuchaba sus pasos en la cocina, no podía evitar pensar en lo feliz que era cuando despertaba con Mora, en cómo alteraba eso sus días, en cuánta paz le daba la presencia de Mora, en lo bien que le hacía tenerla cerca, abrazarla y besarla, cada uno de sus besos, su risa y su alegría, lo mágica que era Mora para su vida. Mora entró, lo vio sentado, perdido en lo que fuera que estuviera pensando, se acercó a él, lo miró a los ojos y lo besó "a bañarse, señor", él la tomó por la cintura y la besó de nuevo "báñese conmigo, señora", ella rió y se negó y, de nuevo, escapó a la cocina. Fer se bañó, se cambió y fue a la cocina, donde estaba ella, moviendo su cuerpo al compás de, seguro, alguna canción alegre y vieja, de esas que le gustaban tanto, y leyendo, asumió, alguna parte nueva del libro, normalmente, evitaba interrumpirla cuando estaba concentrada así, pero verla bailar siempre era más fuerte que él, siempre lo hacía perder un poco el equilibro, se acercó, la atrapó por la cintura, olió su pelo, lo hizo a un lado y besó su cuello sintiendo la sorpresa en su piel, Mora volteó se colgó de su cuello y lo besó. Era tan fácil para ambos quedarse en ese momento, disfrutar ese instante de alegría y paz y dejarse estar que nada más pasaba por sus mentes, solo ese momento y sus sonrisas y esos besos, lo feliz que lo hacía Mora, lo fácil que se le hacía vivir cuando ella lo dejaba tomar su mano. Ella lo hizo despertar y desayunar para luego despedirlo con un beso y acompañarlo hasta la puerta, donde él la besó de nuevo, abrazándose fuerte a su cintura. Caminó hacia el ascensor y, como siempre que se iba, volteó a mirar a la mujer que tantas sonrisas le regalaba, ella sonrió y él no pudo resistirse, volvió a ella, la besó una vez más y besó su cuello para guardar, en su mente, ese olorcito que tanto le gustaba, ese aroma que lo acompañaba todo el día y lo hacía pensar en Mora y hacía que el tiempo antes de verla de nuevo sea menos largo.