lunes, mayo 30

sonrisas que sonríen

Mirarte a los ojos había sido siempre extraño, siempre mágico, siempre distinto
perderme en ellos, en cambio, era natural, parte de mí, de nosotros
sonreír al compás de tu sonrisa era cotidianidad, calma, era paz.
Esa vez, por vez primera, vi tus ojos encendidos con una luz distinta, incendiados por una energía que, hasta ese momento, no conocía
y me perdí, como siempre que me atrapa tu mirada, me perdí y la luz de mis ojos se convirtió en antorcha, copió tu fuego y se adueñó de esa energía explosiva, renovadora, de esa energía que se comía todo lo que encontrara a su paso
mi sonrisa se encontró de cerca con la tuya y, entre tus labios, fue más sonrisa que nunca, estalló y me convirtió en el dibujo de una sonrisa, en el olor de un beso, en el sonido de tus dedos en mi piel, en la sensación de un ahora que se convierte en un siempre, que desdibuja el tiempo y repleta el espacio, que hace los límites borrosos hasta que desaparecen, me convirtió en la yo que siempre quiero ser.
Y así fue, nos hicimos luz, fuimos risa y nos perdimos hasta encontrarnos por completo.

Historias incompletas -III


Fer despertó sonriendo: había soñado con Mora. Al abrir los ojos, hasta creyó sentir su olor, volteó para abrazarla y recordó que ella no estaba a su lado, su sonrisa cambió y sus ojos parecieron perder un poco de luz. En cuanto estuvo un poco más despierto, abrió el cajón de su mesita de luz y sacó el pequeño librito que Mora le dio: el único cuento que -hasta donde Fer sabía- había escrito para él. El dibujo de la portada lo hizo sonreír, como siempre que se atrevía a leer el cuento y, al leer las primeras palabras, algo en su corazón pareció volver a despertar. Siempre le sorprendía cómo las cosas que Mora escribía lo movían, podían cambiar su estado de ánimo y, a veces, hasta su forma de pensar. Este cuento, probablemente, ya se lo sabía de memoria, pero siempre le gustaba leerlo hasta el final y hoy, sobre todo, necesitaba leer ese final, como si el que estuviera escrito en un libro fuera a hacer que se hiciera real. Él nunca había sido como Mora, de creer en la magia o en los sueños, siempre trató de estar más en la realidad, pero como todo lo que Mora hacía, leerla lo transformaba, cambiaba el aire y lo hacía si no creer, por lo menos, querer creer que ese final del cuento -que, en realidad, no era un final- donde Mora y él eran felices, podía ser verdad. Terminó de leerlo y sonrió, aunque Mora le había dicho que no quería verlo todavía, algo dentro de él todavía latía fuerte y lo que parecía su esperanza volvía a aparecer. Para él, haber hablado con ella la noche anterior había sido lo mejor de los últimos meses, aunque Mora moviera todo en su vida y le hiciera perder el piso, al mismo tiempo, la calma que le daba no tenía comparación, porque para Mora nada era demasiado preocupante, todo parecía fácil de su mano. 
Cerró el librito, cogió su celular y, sin pensarlo mucho, le escribió:
-"Buen día".

jueves, mayo 26

espacio público


Cada vez que un hombre me dice cosas en la calle, me acorrala en una discoteca o me toca sin mi permiso me pertenezco un poco menos y soy más del miedo, soy menos mía y más de todos esos que creen que pueden invadir mi mundo y perturbar mi tranquilidad, porque callo, porque me asusto y no reacciono, porque los dejo tener la situación en sus manos. Cada vez que dejo que el miedo gane, ese tipo que me grita estupideces en la calle después de silbarme sonríe un poco más y me mira como si yo fuera de su propiedad, como si, por ser mujer, tuviera que aguantar que me mire con deseo, que me haga gestos obscenos o me diga cosas que no quiero escuchar. 
Hoy ya no quiero callar, ni quedarme paralizada, quiero reaccionar, mirarlo a los ojos y enfrentar mi miedo, enfrentar a todos esos tipos que, al final, son todos uno mismo, que se cree dueño de todo hasta que alguien le hace frente y le dice "yo no te pertenezco". Y yo no le pertenezco, porque yo no soy de nadie, yo soy solo mía y para quien yo quiera, no soy de ese tipo y, desde hoy, tampoco soy del miedo.

Jaime


Jaime escribe para vivir, no porque escribir le dé dinero, sino porque le da vida y eso, para él, no solo es más importante, sino, fundamental. Jaime es profesor de profesión y todos los días, entre las 6 y las 8 de la mañana, antes de entrar a trabajar, camina entre los autos y los buses, cuando el semáforo está en rojo, para vender el último cuento que escribió, "La daga". Todos los lunes por la noche imprime una nueva entrega de su inventiva y el martes muy temprano hace copias para venderlas en la semana. El precio que les pone a sus cuentos es bastante simbólico, pero lo pone para que solo quienes, en verdad, quieran leerlos tengan acceso a ellos. 
Paulina hace taxi hace 3 años y medio y hoy amaneció cansada, está preocupada por pagar la pensión de Raulito y el alquiler del cuarto en el que viven, así que no durmió bien, pero eso no evita que salga a trabajar. Son las 7:13 de la mañana y ya se encontró con el semáforo interminable de la avenida que siempre busca evitar, se pone en rojo y un malabarista empieza a jugar con sus palitroques en frente de los autos detenidos. En ese momento de entretenimiento, apareció Jaime, sorteando espacio entre los autos, para acercarse a la ventana de cada conductor "Hola, ¿quiere leer? Es un cuento lindo. Yo escribo". Cada vez que dice "yo escribo" algo dentro de él se alimenta, renace un poco y él revive, su sonrisa crece y le da ganas de seguir buscando lectores. Jaime llegó a la ventana de Paulina y repitió su charla acostumbrada, ella, que no tenía ganas de comprar nada, le preguntó: 
-¿y eso te da para vivir? 
-no gano nada, pero escribir es lo que me mantiene vivo 
Lo miró a los ojos como sin entender y, al segundo, como quien ha entendido cuál es el secreto de la vida, sacó 3 soles y compró uno. 
Para Jaime, tal vez, la alegría de ese momento estuvo solo en obtener una nueva lectora, en poder compartir sus historias, pero, para Paulina, esa charla tan pequeña fue de una alegría inmensa porque le recordó cuántas ganas tenía ella de hacer otras cosas y, desde que hacía taxi, las había abandonado, sin darse cuenta, había postergado sus sueños y sus ganas, pero las palabras de Jaime la hicieron notar que podemos hacer muchas cosas a la vez o en distintos momentos, que no, por hacer una, ya eliminamos las otras opciones para siempre, que siempre podemos decidir vivir de nuevo y hacer lo que queremos hacer, porque, aunque eso extienda horas en nuestro día, nos extiende la sensación de vivir y disfrutar. 
Esa tarde, Paulina regresó a casa y bailó con Raulito como no bailaba desde que conoció a su papá, cuando, por fin, se fueron a dormir, Paulina ya no se sentía cansada y la preocupación parecía aguantable.

lunes, mayo 23

Abuela

Clemencia es una joven de una belleza particular, de rasgos distintos, cabello negro y de una mirada que parece reflejar todo lo bonito que hay en el mundo, unos ojos que brillan hasta cuando no hay luz. Clemencia cose mejor que todas sus hermanas y hace vestidos para todas, a ella no le gustan mucho las fiestas, ni nada de lo ostentoso, pero le encanta ver a sus hermanas bailando en sus vestidos; es, para mi gusto, demasiado recatada, no ríe abriendo la boca y, cuando lo hace, muestra poco los dientes o se cubre con alguno de sus abanicos. Cuando baja de algún auto, junta las piernas, cubre sus rodillas y parece flotar tan grácilmente como siempre que se mueve; casi siempre sus ojos sonríen más que ella, es rígida con todo lo que cree y la enoja que sus hermanas se comporten distinto a como ella cree que deberían hacerlo. Clemencia es bella, no le gusta cocinar y, cuando es su turno de hacerlo, prefiere coser un vestido para que alguna de sus hermanas la reemplace; canta canciones en italiano que aprendió de su mamá y reza siempre, nunca falta a misa, en octubre, siempre viste su hábito morado y le gusta pensar que tendrá un hijo cura. Clemencia tiene claro lo que quiere y en lo que cree, odia las bromas pesadas y las faltas de respeto, no es cariñosa, pero su amor se siente fuerte, porque nunca falla en demostrarlo. Clemencia es distinta y ahora no lo sabe, pero se va a enamorar de alguien que rompe algunos de sus esquemas y que, a veces, no sabe ser quien ella preferiría que sea.

Yo nunca fui una negadora, porque nunca me negué nada, siempre viví lo que quería vivir -siempre vivo lo que quiero vivir-, pero un día empecé a vivir con un fantasma, al que le daba la libertad de hacer que tema sentir, jugármela, que tema vivir. Después de algún tiempo entregada a ese fantasma, decidí volver a buscarme entre tanto miedo, entre tantas sombras y volví a encontrarme conmigo, a reconocer mis miedos, a mirarlos a los ojos y a recordar mi fuerza, mi entrega, mis ganas y me liberé, volví a sentir sin miedo, a tener ganas de jugármela, porque no podía vivir atrapada, porque no podía renunciar a mí y a todo lo que el miedo me frenaba de vivir. 
Todos somos negadores de algo, pero creo que nos toca no negarnos vivir, no negarnos nuestros sueños y nuestras ganas, no importa cuánto nos niegue la otra gente, nosotros estamos para decirnos que sí, para atrevernos a soltar el miedo y que él nos suelte, para decidir salir de nuestro frasquito de comodidad y flotar en el inmenso mar, para vivir. Estamos para decirnos que sí a equivocarnos y, en el camino, acertar, para hacer todo lo que queremos hacer, para jugarnos por un sueño que nadie cree posible, para dejarlo todo en lo que nos mueve, para caer rendidos después de un día de vivir siendo quienes nos morimos por ser, estamos para vivir.

jueves, mayo 19

Flotar


Cuando combatimos la vida, nos ganamos un dolor y una carga que no necesitamos, cuando le hacemos frente y nos ponemos recios a la vida, nos hacemos daño, nos frenamos, nos ponemos muros de lucha y de resistencia, cuando decidimos ir con la vida, creamos puentes, caminos, nos regalamos luz, cuando tomamos a la vida de la mano, la armonía nos regala la calma del ahora, cuando decidimos no apresurar a la vida, no empujarla, no frenarla, no apretarla, la vida nos abraza, con su llanto y con su risa, nos sigue dando vida, cuando decidimos no atormentarla, no atraparla, no golpearla, no resistirnos, flotamos, nos dejamos vivir, cuando decidimos vivir y no luchar para vivir, finalmente, vivimos. 
A la vida no hay que combatirla, hay que abrazarla, llorar con ella, sonreír a su lado y vivirla, siempre vivirla.

miércoles, mayo 18

eso

Eso que no sé cómo decir, pero siento cada vez que cierro los ojos y decido recordar
días de infinita luz
y palpable dulzura
abrazos, como los tuyos
dedos, como los míos
paseando sobre tu piel
conociendo tus lunares
mientras tú descubres los míos
tus labios
tus besos
tu ojos a través de mi pelo
tu olor
el mío en tu recuerdo
perturbando tu día
tus pestañas
y besarte la cara
mientras abrazas mi cintura
tu pecho
dormir sobre tu pecho
y besarte al despertar
tu cuello
las puntas de tus dedos
y esa sonrisa
que decidí comerme a besos.

martes, mayo 17

Historias incompletas -IV


-Hola
-Hola, Fer
-Te extraño, Mora, te extraño tanto
Mati tomó la mano de Mora entre sus manos y ella dejó caer las lágrimas que ambos ya sabían que se morían por salir
-Perdón, Mora, perdón
el corazón de Fer latía fuerte como cuando tomó la mano de Mora por primera vez
-¿Podemos vernos hoy? Necesito que hablemos 
-No sé, Fer, no sé si me haga bien 
-No quiero hacerte mal, pero hay cosas que hace falta decir 
-Sí, Fer, pero no creo estar lista para verte, tengo miedo 
-¿Puedo llamarte más tarde? 
-Sí, mejor, no puedo hablar ahora 
-Te llamo más tarde
Mora asintió en silencio 
-¿Mora? 
-¿Sí? 
-Gracias-y colgó.
Con el celular todavía en su mano izquierda, Mora aceptó el abrazo de Mati y, como hace varios meses, se cobijó en su hombro para llorar. Esta vez no sufría, ni lloraba porque extrañaba a Fer, lloraba porque haya vuelto, por la alegría de escuchar su voz y saber que eso no la dañaba, que en su corazón no había rencor y que, finalmente, iba a poder decir todo lo que calló en sus cartas. 
Fer se había quedado con la mente perdida en la única foto de ambos que tenía: la del marco que Mora le regaló un día cualquiera solo para hacerlo sonreír. Veía la foto y la sonrisa de Mora que siempre lo hacía sonreír buscando su sonrisa y tratando de mantener su valentía, su decisión de, por fin, verla de nuevo a los ojos, pero sus manos temblaban y un nudo en su garganta amenazaba con no dejarlo terminar ninguna frase. Tomó un vaso de agua como pudo, tomó su abrigo y salió de casa sin decir nada. No sabía bien a dónde iba, ni si iba algún lado, solo se había sentido asfixiado en casa y necesitaba respirar, mientras caminaba vio el árbol que a Mora tanto le gustaba y cómo las flores abrían sus botones, pensaba en cuánto haría eso, a Mora, sonreír. Después de muchos días, no podía alejarla de su mente ni por un instante y, de alguna forma, eso lo alegraba, así que sonrió.

lunes, mayo 16

Historias incompletas -V


Mora decidió saltar porque recordó cuánto le había pedido a Mati ese salto y, al ver su sonrisa, recordó cuánto bien le hacía él todos los días y lo que significaba atreverse a saltar, entonces, abrió las manos, cerró de nuevo los ojos y saltó, su grito se ahogó pronto en llanto, pero era un llanto tormenta, fuerte, ruidoso, avasallador, de libertad, de botar lo que había callado hasta en sus cartas, colgó por un rato y luego fue libre de las cuerdas que la ataban al puente y de las cuerdas que la ataban a ella misma, las cuerdas que ella misma se impuso. Suspiró y, con los ojos todavía llorosos, abrazó fuerte a Mati.
-Gracias, tonto
-Qué bueno ver esa sonrisa, enana 
Tanto Mati como Mora sabían que esa sonrisa regresó después de mucho y Mora sabía que, por fin, volvía a ser libre de su miedo, que ya no estaba atada a temer, que, de nuevo, se atrevía a saltar, a vivir. 
Mientras caminaban hacia el tren, Mati decidió contarle a Mora sobre su conversación con Fer, sin saber si estaba bien hacerlo o si eso haría que Mora retrocediera, pero, como siempre, no pudo evitar decir lo que pensaba:
-Enana...hoy iba a venir Fer con nosotros 
Mora lo miró en silencio 
-Perdona, tal vez no debí decirlo ahora 
-No, está bien, ¿qué pasó?
-Le dije que no, que no creía que te iba a hacer bien 
-Bueno...¿él está bien?
-No sé, te extraña 
-Y yo a él, siempre, pero él decidió irse, Mati
-Yo sé, pero tu sonrisa me hizo pensar que estabas lista para saberlo
-Tal vez, sí, por lo menos, no estoy llorando 
ambos rieron y subieron al tren, Mora estaba sentándose cuando su celular empezó a vibrar, lo sacó del bolsillo y, después de tanto, vio ese número que no podía sacar de su memoria, porque no podía sacar a su dueño del corazón. Miró a Mati, él asintió y ella contestó.

jueves, mayo 12

Aviones de papel

Y, luego, aparecen días como hoy, en los que me gustaría escuchar tu voz o sentarme a tu lado y contarte de mi día mientras me escuchas mirándome a los ojos en silencio, poder llorar sin que me digas nada, solo llorar, dejar ir lo que hoy me hizo mal, lavar mi día, que no digas nada, porque no hace falta, que me acompañes mientras yo sola intento entenderme, pero que me acompañes. Y, luego, aparecen días como hoy y extraño tener tus consejos, tener tu perspectiva y extraño verte asintiendo y extraño tu abrazo mientras lloro, que, sin saberlo, me contiene y me libera y extraño; aparecen días como hoy y extraño tu compañía, extraño acompañarnos. Y, luego, aparecen días como hoy y quisiera pedirte que vuelvas, que me escuches y me regales, una vez más, tu confianza, quisiera tu sinceridad.

miércoles, mayo 11

Juegos

Jugamos a ser lo que podemos hasta que nos atrevamos a ser lo que queremos y, en el camino a atrevernos, perdemos nuestra fuerza y nos acostumbramos a ese juego y se convierte en nuestra rutina, entonces, nos creemos, por un rato más, que eso es lo que queremos, que eso es lo que buscamos, que, finalmente, es ahí donde nos toca estar y nos conformamos con eso que podemos ser. Luego, un día, entre tanta rutina, algo despierta el recuerdo de eso que no nos atrevimos a ser y mueve todo y derrumba eso que creíamos haber construido con solidez y, de nuevo, queremos atrevernos a ser, pero, tal vez, todavía no nos atrevemos del todo y pensamos que podemos volver a eso que podíamos ser, pero ya no es posible, porque ya pospusimos demasiado lo que queremos ser, porque nos morimos por ser lo que queremos ser, porque nos morimos por vivir. Entonces, y solo entonces, nos atrevemos a ser todo eso que tenemos miedo de ser y nos damos cuenta de que siempre pudimos ser lo que queríamos, que solo hacía falta atreverse, creer un poquito más, entonces, y solo entonces, dejamos de jugar un juego con un rol que no nos pertenece y jugamos a vivir siendo quienes siempre sabíamos que éramos, entonces, y solo entonces, nos atrevemos a vivir.
"me disfrazo de ti, te disfrazas de mí y jugamos a ser humanos en esta habitación gris"

lunes, mayo 9

Completo.


Lo mágico de Fer y Mora era que se daban el regalo de la cotidianidad, de sentirse libres siempre, no aprovechaban el día, lo vivían. No había desesperación por hacer lo que no habían hecho, por vivir lo que les faltaba vivir, habían ganas de disfrutar juntos, de compartir los días, de compartir la normalidad, que se convertía en magia constante, en aventuras extraordinarias, porque estaban juntos y eso bastaba. No hacía falta que se fueran a alguna isla bañada por aguas turquesas, porque caminar por la ciudad mientras se tomaban de las manos los emocionaba más que cualquier otra cosa y ningún restaurante francés se comparaba con la pequeña mesita de la cocina de Mora cuando desayunaban ahí después de despertar abrazados. La magia los llenaba todos los días que compartían juntos esa vida que parecía tan fácil cuando se abrazaban antes de dormir, esa vida que era tan fácil vivir si estaban de la mano.

Impregnado


A veces, ya no recuerdo tu rostro, ni el sonido de tu voz 
pero mis manos te tocan como si se supieran cada parte de tu piel de memoria
y mis labios te besan como si nunca hubieran dejado de hacerlo
mi cuerpo se encuentra con el tuyo como si no se hubieran perdido antes 
y mi corazón late con el tuyo como si siempre tocaran juntos la misma canción.

domingo, mayo 8

Historias incompletas -VI


Ese día, Fer despertó decidido a aceptar la invitación de Mati, sabía que Mora iba a estar ahí y eso lo impulsaba a saltar, para él, ese salto era más difícil que saltar del puente. Cuando despertó, llamó a Mati:
-Acepto
-¿Te pedí matrimonio y no me acuerdo?
-Acepto hacer puenting con ustedes-dijo muy nervioso como para reír 
-Ya no sé si sea bueno, veo a Mora mejorando...
-Pero podría aprovechar para que hablemos 
-Sí, no creo que sea bueno, deberían hablar los dos solos, además, no le dije que te invité
-Bueno...solo desperté con muchas ganas de verla, de hablar con ella 
-Y ¿por qué no le hablas? 
-Porque, al final, sigo siendo el de siempre...pásenla bien, cuídala, chau
y colgó. Con el teléfono todavía en la mano, pensaba en por qué no le había hablado a Mora desde que leyó su carta, en por qué no se atrevía a hablar con ella antes de mirarla a los ojos y en por qué había despertado con ganas de atreverse a estar frente a ella hoy. Desde que Mora se fue de su vida, él se mantenía al tanto de ella a través de Mati, que, aunque Fer no lo sabía, se guardaba información sobre cómo estaba. 
Una noche poco después de la carta, Mora lloró en un bar, con Mati como su confidente, dejó ir en palabras todo lo que su corazón no soltaba y le dijo cuánta falta le hacía Fer y cuánto le hubiera gustado contarle sobre su nuevo trabajo esa noche. Al día siguiente, Mati y Fer se encontraron en el barrio y él le preguntó sobre Mora, Mati nunca mencionó su llanto desconsolado y se limitó a hablarle a Fer sobre su nuevo trabajo, entendía que, si Fer la dejaba ir era porque ya no le hacía falta o, como Mora pensaba, no le había importado lo suficiente y él siempre iba a querer cuidarla, así que su forma de hacerlo era evitar que Fer supiera cuánto sufría todavía por él. 
Fer, entonces, pensaba que Mora iba bien, que había dejado atrás la idea de él, a pesar de que, desde su silencio, él no paraba de extrañarla y, justo como ella quería, la buscaba en todos lados, le había dejado un vacío. Su teléfono seguía en sus manos cuando decidió marcar el número de Mora, que seguía sabiéndose de memoria. Marcó y, después de que timbró por primera vez, decidió colgar.


viernes, mayo 6


"cada instante, un relato"

Paseos


Miranda veía por la ventana mientras su canción favorita sonaba fuerte en el auto de papá "esta vez todo es diferente, veo en ti la luz" cantaba contando los árboles que faltaban para llegar a casa. Su papá estaba concentrado en el camino, como siempre que Miranda era su copiloto, pero a ella le importaba poco y volteó a hacerle cosquillas, él sonrió, sus pequeños deditos no podían hacer mucho. 
-Papi, ¿a dónde se van las nubes? 
-A pasear por el mundo, gordita 
-¿Solas?
-A veces, solas, otras, acompañadas 
-Cuando no las vemos, ¿dónde están? 
-De paseo, conociendo otros cielos 
-¿Yo puedo ser una nube, pa?
-Claro, pero cada vez que el viento sople, te irías a otro lugar 
-¿Podría pasear por otros cielos?-preguntó mientras abría los ojos emocionada 
-Todos los cielos que quieras, mi amor 
-¿Y mamá y tú también pueden ser nubes?
-Somos un poco más pesados (Miranda rió), pero sí, aunque, otras veces, nos va a tocar ser el viento 
-¿Por qué? 
-Vamos a soplar fuerte para que puedas volar
Su papá detuvo el auto y Miranda se quedó mirando las nubes, pensando en lo mucho que la emocionaba conocer otros cielos, de otros colores, con nubes distintas, conocer al sol y, también, a la luna, a las estrellas, ¡a todas las estrellas!
-Gordita, ya llegamos-le dijo su papá mientras le abría la puerta y le extendía la mano para ayudarla a bajar
-Ya quiero ser una nube, papi
Él soltó su mano y sopló, y Miranda, por primera vez, voló.

jueves, mayo 5

Atrevida

¿Tan difícil es creer? Nos dicen que creer es algo tan imposible que es algo a lo que uno se atreve, entonces, creer termina siendo una osadía, un aventura, una lucha contra lo establecido. Nos han tapado tanto los ojos que ya nos creímos que creer es algo inverosímil, que pensamos que necesitamos desconfiar antes de decidir creer, que pensamos que creer nos daña, nos debilita. Yo elijo creer todos los días en que lo que siento es lo que es, en que lo que quiero es lo que busco y en mi alegría y en mi llanto, creo en mí y creo en la gente, creo siempre y, así, me voy deshaciendo del miedo, porque me atrevo a esta osadía tan natural, tan liberadora, porque me decido a tener el atrevimiento de creer, de sentir, de disfrutar, porque me atrevo todos los días a vivir.

martes, mayo 3

Historias incompletas -VII

Habían pasado 13 meses desde ese día, hoy Mora ya no lloraba contra la puerta de su habitación y esa había dejado de ser su habitación, ahora Mora vivía sola en un departamento chiquito, pero lleno de sus detalles, casi siempre con flores en algún florero improvisado y un par de cuadros tristes, que se atrevió a pintar cuando recién se mudó, colgados en su pequeña salita. Mati estaba invitado a desayunar y, como siempre, Mora despertó tarde, así que se bañó como pudo y se fue a comprar naranjas, pan, algunos dulces y, de regreso, hizo café y jugo de naranja. No había terminado de exprimirlas cuando el invitado llegó:

-estoy abajo, más te vale estar despierta

-estoy, ya te abro

y le dijo a Pedro por el intercomunicador que le abriera la puerta del edificio por favor, terminó de exprimir la última naranja, se lavó las manos y el timbre sonó.

-hola, tonto

-hola, enana, ¿bañada tan temprano?

-bueno, a veces, pasa

rieron y Mati se metió a la cocina a ver qué había preparado Mora:

-no sé si sea bueno comer tanto hoy

-BUENO, te comes todo o no salimos

Mati asintió y se sentó a desayunar, conversaron un poco sobre el último par de semanas en el que no se habían visto porque la universidad y el trabajo los tenían bastante ocupados y Mora no paró de reír como siempre que estaba con él, su amigo favorito. Terminaron de desayunar y, mientras Mora buscaba un abrigo, Matías había lavado todo, así que, cuando Mora estuvo lista, se fueron a tomar el tren. En el tren, Mati le contó sobre lo que había leído sobre la actividad que iban a hacer y ella se asustó un poco, pero trató de sonreír, luego se recostó sobre el hombro del tonto y durmió un poco. Cuando llegaron al lugar, el instructor ya los estaba esperando: iban a hacer puenting. El miedo de Mora crecía cada vez más, pero Mati parecía no poder controlar su emoción. Él fue el primero en saltar, gritó fuerte y, para cuando volvió al lado de Mora, tenía una sonrisa de paz que pocas veces se le veía. Ella ya tenía todo listo para saltar, menos a ella misma, porque el miedo estaba ahí, frenándola. Se puso en el lugar exacto desde donde debía saltar, tomó fuerza, respiró hondo, cerró los ojos y...no saltó. Aunque hoy ya no lloraba porque extrañaba a Fer, todavía la acompañaba el miedo a lanzarse, a entregarse del todo, a dejarse ir, hoy, ya no tenía su mano para sentirse del todo fuerte y del todo valiente. Se tenía solo a ella y a sus ganas de seguir volando, de no cerrar sus alas.