jueves, diciembre 5

Un día, un ser robusto, grande y de mirada tosca entró en mi vida. Antes, ya había aparecido, lo había visto de lejos, no lo había dejado llegar a mí, siempre me habían cuidado de él, todo me decía que no era con quien debía hablar, que, si lo saludaba, decidiría quedarse. Nunca le dije "hola", tampoco le sonreí: decidí ignorarlo. Olvidaron decirme que hacer como si no existiera, no hacía que no lo haga, que eso alimentaba su existencia y su crecimiento. El día en que llegó me abrazó fuerte sin que yo lo notara, lo hizo mientras dormía, trastornó mis sueños, donde me sentía cómoda y tranquila. Creyéndose dueño de lo que soy, decidió por mí, me calló y me hizo suya: dejé de ser mía, para ser de él, de los demás. Este ser raro, confuso, al que le temo tanto, no dudó en hacerme suya una y otra vez cada que así lo quiso, yo, callada, sumisa, dormida, acepté, me dejé llevar. Hoy, me deshice del sueño, acepté la claridad, no necesité un espejo y me vi, me encontré, escondida detrás de ese ser, entre sus puños, bajo sus dientes, presa de lo que yo dejé que ese ser sea. Hoy, ese ser tiene un rostro, el rostro de todos mis miedos, de todo eso que pienso, que me detiene, que me detuvo hasta hoy. A partir de hoy, soy mía de nuevo, los miedos son míos y no, yo, de ellos, hoy, una vez más, soy yo.