sábado, febrero 23

El sonido de las llaves yendo y viniendo sobre su mano era lo único que rompía el silencio de la calle, que, a esa hora, estaba iluminada solamente por la fría luna llena. Oyó un silbido del otro lado de la calle, que iba al son de su juego con las llaves, caminó un paso, talvez, dos y se detuvo: reconoció el silbido, era él, siempre había sido él.

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