miércoles, septiembre 9

Ficciones

Desperté acompañada de la lluvia que me recordaba que estaba lejos, lejos de la que él había llamado mi casa, nuestra casa...desperté cobijada, sí, pero sintiéndome más desprotegida que nunca, sola, como nunca lo había estado. 
En las tardes de eternos veranos en Río, no hacíamos más que prender el ventilador y cantar cualquier canción que hubiéramos hecho nuestra -que, como es siempre, eran casi todas las canciones de amor que conocíamos-, ya por la noche le leía algo de lo que había escrito la noche anterior mientras él dormía -el insomnio terminó siendo más fiel compañero que él. Y fingía que me escuchaba atento, sonreía por momentos y asentía, como quien dice "me gusta esta parte", pero podía ver en sus ojos -siempre tan sinceros, tan transparentes a los míos- que no estaba conmigo, había algo más, siempre, que desviaba su atención, que lo mantenía pensativo, empiezo a pensar que nunca le importó lo que escribiera, era solo una regla más del juego que era nuestra convivencia -igual, me hubiera encantado quedarme a vivir en ese momento. De pronto, parecía que despertaba de sus pensamientos y me abrazaba fuerte, como disculpándose, como despidiéndose y me pedía que fuéramos a la cama, parecía cansado, tranquilo, dejaba que se quedara dormido y saludaba a mi amigo, a mi momento conmigo, al insomnio...
Sí, era una rutina, pero cómo me había enamorado de esa rutina, porque era nuestra.

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