jueves, agosto 4

Él, extraño a mis sentidos, perturbador de mis pensamientos, agitador de mis latidos, llegó a mi vida un día en el que no había mucha luz, en el que se me hubiera hecho fácil olvidar su nombre, pero, quién sabe por qué y cómo así abarrotó mis días de sonrisas y miradas soñadoras. Un extraño del que no conocía la mirada, pero era capaz de sentir el ritmo de mis latidos al oír mi voz, ese perfecto desconocido me llevó a vivir el amor -esto que, a mi edad, yo llamo amor-: un sentimiento imperfecto, a veces doloroso y difícil de entender, pero hermoso al fin y al cabo.
Los dos, sin saber bien nada del amor -y, mucho menos, de la vida- nos enrumbamos de la mano hacia la locura, hacia esa locura seductora, de aromas dulces y sonidos extraños pero encantadores. ¿Tropezamos? sí, seguido, como todos, bajamos los brazos alguna vez, cayeron lágrimas de frustración, de tristeza, de nostalgia, se escaparon las sonrisas y llegaron los silencios, pero algo -no sé qué- nos invitó a dar nuevos pasos, a tomarnos más fuerte de las manos y a sonreír nuevamente, a 'seguir adelante' con eso a lo que nadie le veía un futuro -y, ¿quién sabe? puede que ahora piensen que tenían razón- pero que yo siempre miraba con los ojos del HOY, los ojos de 'es', no sé si fue, no sé ayer, no sé si será, no sé mañana. ¿Me cegué? Lo más probable, pero ¡cómo disfrute tantos momentos! momentos de dulzura, de incertidumbre, de cariño, de miedos, de tristeza, de sonrisas, de amor, de ternura, que hoy ocupan un lugar en mi memoria, un lugar privilegiado -definitivamente- pero un lugar consciente de que su puerta está cerrada bajo distintas llaves, difíciles de encontrar.
A ese hombre, que supo enamorarme, al que no sé si enamoré, que, más que cualquier otra cosa, me regaló sonrisas, le agradezco por tanto aprendizaje, por lo bueno y por lo malo, porque estoy segura que, sin alguna de las dos partes, esa experiencia no tendría tamaño significado hoy.

No hay comentarios: