lunes, junio 13

Confiar


Despertar, salir de la cama, lavarse la cara y los dientes, desayunar, vestirse y salir a desconfiar del otro, salir a defenderse del otro o a atacarlo, nunca entenderlo, mucho menos, respetarlo, vivir el día desconfiando, temiendo, frenando, vivir a medias si eso es, siquiera en algún sentido, vivir, llegar a casa, comer, bañarse, dormir y soñar que el otro te daña, te ataca. 
Esa es la rutina en la que la gente espera que vivamos los que creemos en la gente -los siempre locos a los que se nos ocurre confiar en que la gente todavía puede decidir guiarse por el amor, por la vida y no por el miedo-, pero yo decido vivir confiando, porque me cansa desconfiar, me vuelve perseguida pensar que siempre van a hacerme daño, en cambio, es más fácil vivir confiando en que, tanto como pueden dañarte, pueden hacerte bien, decido creer que la gente quiere hacer bien y que la que no, la que daña, la que ataca es porque nadie se atrevió a confiar en ellos o porque ellos decidieron desconfiar de todos. Prefiero pensar que la gente necesita confiar para vivir mejor, que, si confiamos, duele menos caer, porque, si decidimos confiar, probablemente, siempre haya una mano que tome la nuestra y se atreva a creer, confío que no hace falta desconfiar, siempre está la opción de lastimar y salir lastimado, pero siempre está, también, la opción de creer y de que crean en ti, de sanar y vivir de nuevo.

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