martes, mayo 3

Historias incompletas -VII

Habían pasado 13 meses desde ese día, hoy Mora ya no lloraba contra la puerta de su habitación y esa había dejado de ser su habitación, ahora Mora vivía sola en un departamento chiquito, pero lleno de sus detalles, casi siempre con flores en algún florero improvisado y un par de cuadros tristes, que se atrevió a pintar cuando recién se mudó, colgados en su pequeña salita. Mati estaba invitado a desayunar y, como siempre, Mora despertó tarde, así que se bañó como pudo y se fue a comprar naranjas, pan, algunos dulces y, de regreso, hizo café y jugo de naranja. No había terminado de exprimirlas cuando el invitado llegó:

-estoy abajo, más te vale estar despierta

-estoy, ya te abro

y le dijo a Pedro por el intercomunicador que le abriera la puerta del edificio por favor, terminó de exprimir la última naranja, se lavó las manos y el timbre sonó.

-hola, tonto

-hola, enana, ¿bañada tan temprano?

-bueno, a veces, pasa

rieron y Mati se metió a la cocina a ver qué había preparado Mora:

-no sé si sea bueno comer tanto hoy

-BUENO, te comes todo o no salimos

Mati asintió y se sentó a desayunar, conversaron un poco sobre el último par de semanas en el que no se habían visto porque la universidad y el trabajo los tenían bastante ocupados y Mora no paró de reír como siempre que estaba con él, su amigo favorito. Terminaron de desayunar y, mientras Mora buscaba un abrigo, Matías había lavado todo, así que, cuando Mora estuvo lista, se fueron a tomar el tren. En el tren, Mati le contó sobre lo que había leído sobre la actividad que iban a hacer y ella se asustó un poco, pero trató de sonreír, luego se recostó sobre el hombro del tonto y durmió un poco. Cuando llegaron al lugar, el instructor ya los estaba esperando: iban a hacer puenting. El miedo de Mora crecía cada vez más, pero Mati parecía no poder controlar su emoción. Él fue el primero en saltar, gritó fuerte y, para cuando volvió al lado de Mora, tenía una sonrisa de paz que pocas veces se le veía. Ella ya tenía todo listo para saltar, menos a ella misma, porque el miedo estaba ahí, frenándola. Se puso en el lugar exacto desde donde debía saltar, tomó fuerza, respiró hondo, cerró los ojos y...no saltó. Aunque hoy ya no lloraba porque extrañaba a Fer, todavía la acompañaba el miedo a lanzarse, a entregarse del todo, a dejarse ir, hoy, ya no tenía su mano para sentirse del todo fuerte y del todo valiente. Se tenía solo a ella y a sus ganas de seguir volando, de no cerrar sus alas.

No hay comentarios: