jueves, marzo 24

Historias incompletas IV

Hacía mucho frío y Mora sentía miedo, un miedo que no había sentido antes, pero que le escarapelaba todo el cuerpo, que le detenía cualquier pensamiento, un miedo paralizador y frío, muy frío, aún así, decidió caminar, sin tomar en cuenta su miedo y concentrándose en él, en llegar a él. Cuando, por fin, cruzó ese bosque frío pudo verlo a los ojos y, de nuevo, sintió ese miedo, porque vio ese miedo en sus ojos, sintió ese miedo en sus manos, en silencio, besó su mejilla y lo abrazó, Fer dejó caer un par de lágrimas acompañadas de un suspiro triste y lleno de miedo y se paró, volteó a mirarla y, sin decir nada, se fue.

 Luego, Mora despertó y, al abrir los ojos, recordó que Fer no estaba a su lado, que, esa noche, su abrazo no la contenía, ni le daba paz, su abrazo no estaba. No tuvo ganas de hacer café y tomó lo poco que quedaba de ayer, se sentó a escribir tratando de encontrar calma para ese miedo que había sobrevivido al sueño y seguía con ella, pero nada parecía tener sentido, lo que escribía parecía no tener alma, parecía vacío. Intentó contenerse, pero su miedo pudo más y, rompiendo su pedido tácito de soledad, llamó a Fer:
-¿hola?
-¿estás bien, Fer?
-
-Fer, ¿estás bien?
-No, tengo miedo
-¿miedo a qué?
-Miedo, Mora, tengo miedo.

Y la voz de Fer pareció quebrarse y eso la quebró y quebró su decisión de no buscarlo hasta que él decidiera hacerlo, cortó y, sin pensarlo mucho, cogió su abrigo y fue a tomar el tren, ya sentada, viendo la ciudad a través de la ventana pensaba en lo vivido con Fer, en su miedo a no poder contenerlo, en su sueño, en el frío que sintió, en lo vulnerable que parecía Fer a veces, en sus ganas de cuidarlo y hacerle bien, en sus ojos de miedo y en su voz casi quebrada, en las veces en las que era capaz de dormir en su abrazo en paz, respirando tranquilo y sonrió por primera vez en el día. Bajo del tren más tranquila, más confiada en poder hacerle, aunque sea, un poco de bien, paró a comprar un chocolate y fue a tocar la puerta de su casa. Fer abrió la puerta con ojos de miedo, pero, también, de paz, de alivio, de emoción y Mora lo abrazó como lo abrazaba cuando estaban a punto de dormir, besó sus párpados, sus mejillas y su boca y él solo pudo decir "gracias" con la voz ya quebrada.  

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