sábado, marzo 26

Historias incompletas V

Mi miedo nace y termina en ti y es en el encuentro con tus ojos y tu voz que me desarmo, que reconozco que, una vez más, soy tuya o que nunca dejé de serlo y eso me aterra porque nunca me había pertenecido y me siento capaz de pertenecerte y, así, por fin, pertenecerme.

Fer terminó de leer la tarjeta y temió, pero también sonrío, temía ser tan importante en la vida de Mora, pero temía, también, que ella fuera igual de importante en su vida, temía la dependencia que sentía en torno a ella, le daba pánico la sensación de tener a Mora en su vida por el huracán que significaba para él su presencia, cómo alteraba todo a su alrededor y hacía temblar sus piernas, hacía temblar el suelo sobre el que él se sentía seguro, pero le regalaba una seguridad de vivir los instantes que nadie más había sabido darle. A veces, pensaba que Mora no era consciente de cuánto cambiaba sus días, su percepción y sus ganas, Mora era esta explosión de sentimientos que cambiaba todo a su paso, que no necesitaba tocarlo para alterar cada parte de él, Mora lo transformaba, lo convertía en quien él era en realidad, Mora era con él y eso le permitía ser a él. Fer temía el momento en el que Mora le falte, temía su ausencia, temía no poder abrazarla siempre, pero ella quería siempre regalarle eternidad en sus instantes juntos, quería nunca dejar de darle la sensación del para siempre. Ambos sabían que lo que sentían juntos los excedía, que le ganaba a la fortaleza de cada uno, que era, que los transformaba y les permitía todo, les permitía vulnerabilidad, les permitía toda la fuerza, pero también todo el miedo, les permitía sentir todo. Fer temía y talvez era porque Mora nunca sabía, con palabras, hacerlo entender la forma en la que lo amaba y cuánto quería hacerlo feliz haciéndolo siempre libre, pero, en el momento en el que lo abrazaba, lo besaba y lo dejaba sentir su cuerpo, sus latidos y su paz, ya no necesitaba decir nada, porque, por ese momento, ambos entendían por completo la fuerza de eso que los unía y la magia de esa unión, la libertad, la fuerza y la paz. Sonó el timbre  y, al abrir la puerta, la vio, sin poder ocultar su miedo, ni su alivio, se acercó a su abrazo y dejó que sea su paz la que calme su miedo y sus besos, los que renueven sus ganas y su libertad. Cobijado en ese, su abrazo favorito, le dijo "gracias" con una voz quebrada que le fue imposible controlar y la besó. Ella sonrió y le dio el chocolate y otro beso.

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