lunes, marzo 21

Historias incompletas III

Fer siempre prefería no bailar, disfrutaba viendo bailar a Mora, en casa, mientras cocinaban juntos, cuando lo hacía caminar bajo la lluvia, cuando salía de la ducha, cuando terminaba de escribir algún capítulo del nuevo libro que estaba escribiendo o cuando iban a bailar, pero siempre prefería no bailar, si Mora lo pedía, lo intentaba, pero nunca era de sus momentos favoritos. 

Mora había decidido no celebrar su cumpleaños este año, estar sola con él, comer algo rico y dormir temprano, no estaba en uno de sus mejores momentos y prefería la intimidad de tomar su mano y soplar una sola vela, darle un beso y confiar en que la vida es de momentos, de momentos específicos que se viven sin esperar los siguientes. El día empezó con flores de colores distintos y un olor nuevo, con flores no de las perfectamente cultivadas, sino de esas que a ella le encantaban, las que conservaban cierto dejo de salvajismo, de antigua libertad, de unicidad, las puso en el jarrón que le regaló su mamá y empezó a preparar el café para los dos. La tarjeta solo decía "gracias" y, para ella, nada tenía un significado más grande y lleno de amor que ese, por lo que sonreía cada vez que la descubría escondida entre sus flores. Tomaron café, comieron un poco de la torta que le hicieron sus amigas y Fer le leyó las noticias en uno de esos extraños acentos que le gustaba tanto hacer, Mora no paraba de reír y sentirse agradecida consigo misma por haber elegido a ese hombre para acompañarla ese y otros varios días. Luego, salieron a caminar y ver esos edificios viejos que tanto llamaban su atención, a tomar fotos de los marcos antiguos, de ventanas ausentes, de puertas distintas y techos complicados, mientras caminaban, Fer tomaba fuerte su mano y, de vez en cuando, le robaba un par de besos. Fueron a comer al restaurante donde comieron juntos por primera vez y pidieron el plato que pidieron esa vez, Mora se sentía, después de varios días, estable y con ganas, talvez solo Fer tenía esa capacidad. Quiso una siesta y Fer se la dio para despertarla con música en la pequeña salita del lugar que, hacía un par de años, ya llamaba hogar, con ojos de sueño y con ganas de un abrazo suyo, salió hacia la salita, donde estaba Fer, poniendo una de Sinatra, al verla, extendió el brazo hacia ella y pidió su mano para que lo acompañara ¡¿a bailar?!, sí, la estaba invitando a bailar una de sus canciones favoritas, rodeó su cintura con un brazo y afianzó su mano en la otra y la guió, como flotando, al ritmo de esa canción que se oía más bella y dulce que nunca, Mora solo podía seguir recostada en su hombro sintiendo ese olor que tanto le gustaba mientras se dejaba llevar y, en ese instante, sin pensarlo, sintió que, así es, que la vida es de momentos específicos y que ya no esperaba nada más, que ese momento era completo, era todo lo de antes y lo de después, sin ser ahora, siendo todo, era ese momento y ya. Besó el cuello de Fer y sonrió. Y eso bastó.

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