martes, abril 5

Historias incompletas VIII

El día de Mora había sido largo, ella estaba cansada y no todo salió como esperaba. La edición del libro seguía estancada, su jefe no comprendía de dónde venía lo que quería transmitir y Fer estaba lejos, en uno de esos viajes que, de vez en cuando, el trabajo le exigía. Salió de la editorial sin muchas ganas, con sus audífonos repletos de rock como escudo contra la ruidosa ciudad y se dio cuenta de que empezaba a llover, no había llevado el paraguas que Fer siempre le decía que lleve consigo ese mes y sonrió. Últimamente, cuando llovía, él la tomaba de la mano y la cobijaba bajo ese gran paraguas, entonces, ya nunca se mojaba. Hoy, estaba sola y, por fin, podía mojarse, podía inundarse el alma entera de lluvia, subió el volumen de la música y empezó a andar sobre los charcos y escapando de los techos, mientras la gente con paraguas aprovechaba los pocos techos dejando que los desparaguados se mojen, como castigo a su falta de precaución. Mora empezó a llorar, a dejar las lágrimas caer como las gotas de lluvia caían, cada gota de lluvia que tocaba su rostro lavaba una lágrima y le permitía a otra salir, mientras lloraba, trataba de no pensar, pero sabía bien que lo que quería, después de dejar que la lluvia le lave el alma y las lágrimas, era llegar a casa y encontrar a Fer, listo para abrazarla y contenerla, para abrigarla entre sus brazos, pegada a su pecho, sintiendo su olor. Esa idea la hizo sonreír mientras las lágrimas no dejaban de caer y, cuando volvió a concentrarse en la calle, ya estaba parada frente a la puerta de su edificio. Entró, trató de secar un poco las suelas de sus botas para evitar ensuciar el piso que Anita se esmeraba tanto en limpiar y caminó hacia el ascensor. Sola en el ascensor, con un solo de batería sonando fuerte en sus oídos y golpeando al ritmo de sus latidos, no dejaba de pensar en su mal día, en la lluvia, que tanto le encantaba, pero que no terminaba de hacerle bien y en Fer y en cuánto lo necesitaba siempre. Salió del ascensor, fue hacia su puerta, sacó las llaves y otra lágrima cayó, recordándole que Fer no estaba tras esa puerta, que le tocaba hacerle frente sola al recuento de ese día feo. Mientras giraba la llave, sonó su celular: 
-¿te fue bien? Te extraño
Un par de lágrimas más y la voz entrecortada de Mora respondieron:
-no...te extraño más
Bastaron esas palabras y esas lágrimas para liberar a Mora del monstruo de ese día, parecía solo necesitar contarle a Fer sobre sus días, los buenos y los malos, también, los aburridos, para aminorar su carga, para respirar con la libertad con la que la lluvia cae y con la simpleza con la que la moja. Él la escuchó y, como siempre, la contuvo y renovó sus ganas, la calmó. Mora hizo un café mientras él le contaba sobre su día y suspiró, él se quedó en silencio y ella casi pudo percibir su sonrisa a través de la línea. Fer, sonriendo como cada vez que la veía dejando que sus ojos se pierdan en los suyos, dijo "gracias" y, para ella, eso fue suficiente.

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