miércoles, abril 13

Miedo flaco

Cada vez que me guardo un beso, un suspiro o una confesión, alimento al miedo, pienso que lleno su panza y me hago un poco más chiquita, cada vez que quiero, pero digo que no, cada vez que callo lo que quiero gritar y cada vez que escojo no despertar, lo hago crecer, le doy vitaminas y le doy risa, lo hago más fuerte. Cada vez que temo, me miento y me digo que, eventualmente, el miedo va a parar, el miedo va a explotar y se irá, pero me olvido de que el miedo nunca se llena, que su panza quiere más, que no se alimenta solo de mis miedos, de mis frenos, se alimenta, también, de los de los demás, me olvido de que, cada vez que lo dejo ganar y, por él, dejo de hacer, late más y más fuerte, galopa, da pasos gigantes, me olvido de que soy yo quien lo hace crecer, quien evita que pare. Quiero atreverme y alimentar a mis ganas cada vez que doy un beso, que elijo hablar, hacerlas crecer, hacerlas creer y bailar, quiero dejar con hambre al miedo, con su panza rugiendo, rogando, mientras el canto de mis ganas no me deja oírla, mientras mis ganas crecen y laten y laten más fuerte que el miedo y laten más fuerte que yo. 

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