sábado, abril 9

Historias incompletas IX

Hola, Fer, sentada viendo a través de esta ventana que nos ha acompañado en tantas tardes de charla y en algunas pocas noches de baile, no puedo evitar pensar en ti y en las ganas que tengo de volver a verte, de sentir, de nuevo, tu olor, de abrazarte fuerte y darte un beso, de sonreír y de que mis ojos sonrían con los tuyos...te extraño. Creo que nunca me voy a acostumbrar a los días en los que no estás, creo que no quiero aprender a no tenerte y eso me asusta, porque, si un día decides irte, me hará falta una parte de mí y sentiré un vacío que no podré llenar, porque sólo tú encajas en ese espacio vacío, porque, siendo piezas tan complejas, armamos un rompecabezas fácil e imprescindible, mi rompecabezas favorito. Hoy, creo que temo, pero no le temo a que dejes de ser el que me ama todas las noches y cada mañana, le temo a que dejes de ser mi amigo, a que dejes de acompañarme, a que dejes de ser esta presencia que le da tanta luz a mi vida, le temo a tu ausencia, le temo al vacío que dejarías y le temía a no poder decírtelo, pero, hoy, en esta carta y en esta nostalgia de ti, me atrevo a confesarte que te necesito siempre en mi vida, que te amo como ser más que como hombre o como amor, te amo para acompañarnos y ayudarnos siempre, cuando elijas a alguien más o cuando prefieras la soledad, te amo más allá de lo que somos hoy, te amo. 
                                                      Mora
PD: perdona por siempre permitirme abrirte todos mis miedos y mi amor, me pareció que una carta era el arranque romántico y seguro más lindo para hacerlo (ya regresa)

Fer secó esa lágrima valiente que rompió la tradición de todas esas lágrimas que guardó y sonrío sin saber bien por qué, pero luego lo entendió. Saber que Mora compartía algunos de sus miedos, y, también, sus ganas, lo calmaba, lo hacía sentir que no estaba tan loco o que no estaba tan solo en su locura. Él no sabía si sería tan fuerte como para tener a Mora en su vida sin amarla todas las noches o cada mañana, pero sabía, sí, que la amaba con la fuerza con la que ella lo amaba a él, sabía, también, que la luz de la que Mora le hablaba era la misma de la que ella inundaba su vida y sabía que la extrañaba tanto como ella a él, que ansiaba tenerla cerca y perderse entre su pelo, en su olor, en su amor, la extrañaba. Terminó su café, dobló la carta, la metió en su bolsillo y empezó a marcar en su celular.

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