Con esos ojos tristes y solos que casi siempre lo acompañaban cuando no estaba con Mora, Fer miraba el árbol en el patio de su casa y le era imposible olvidar que debajo de ese peral, por fin, pudo robarle un primer beso a quien hoy se iba de su vida. Tenía el cuaderno delante de él y el lapicero, en la mano derecha, pero no sabía qué escribir, no sabía qué hacer con ese miedo a perderla, pero tampoco sabía qué hacer con ese miedo a terminar de quererla. Volvió a mirar el peral y recordó la sonrisa de Mora después de ese beso, su abrazo de paz y cariño sinceros y sintió, por un rato, la tranquilidad y completa libertad que había sentido en ese momento. Sin duda, ese era su recuerdo más feliz y casi todos sus recuerdos más felices tenían a Mora tomando su mano o acompañándolo, pero tal vez era más fuerte el miedo a que un par de sus momentos tristes -de lo más tristes- también tenían que ver con Mora, con Mora y con su ausencia, a la que tanto le temía.
Si tengo que vivir para ser tan feliz como la vez que fui más feliz sin que estés en mi vida, voy a vivir en vano, Mora, haces que mi vida sea más feliz, más libre, más fácil. Nunca se me dio lo de escribir y hoy trato de, de alguna manera, hacerte volver con esto, porque te necesito, aunque me niegue seguido a reconocerlo, te necesito siempre, necesito tu compañía, esa luz de la que hablas es toda tuya. Quisiera atreverme como te atreves a querer, volver a querer sin miedo, quisiera tener tu fortaleza, pero siempre fui igual, siempre tuve miedo y la vida se encargó de hacer crecer mis miedos, luego te puso en mi camino y cambió todo, transformaste mis días, me diste ganas de querer, pero todavía no sé si fue suficiente y me jode hacerte sufrir, por eso me fui, por eso no estoy, porque siempre termino haciéndote daño. Quisiera ser capaz de ser tu amigo, pero no es eso lo que quiero, yo quiero amarte, Mora, pero no estoy listo, pero tengo miedo, no te despidas, por favor, no te vay
Soltó el lapicero y se enojó consigo mismo por su egoísmo, por no dejarla ir cuando ya ella lo había decidido, cuando, por primera vez, ella se iba, pero no podía dejar de pensar en que no estaba lista -o en que eso era lo que decía en su carta-, que, si se iba hoy, era por él, por su incapacidad para decirle ciertas cosas, por su miedo y su ausencia. Los ojos de tristeza y soledad de Fer derramaron una lágrima atrevida y decidió no escribirle a Mora, decidió dejarla ir, sin decidirlo en realidad y, todavía, con unas ganas locas de quererla, de tenerla en su vida, de amarla.
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