Veo el puente que llaman el de los suicidas desde abajo, desde la luz que alumbra el puente y a los que se atreven a dejar de vivir, pero no se atreven a seguir viviendo, y siento náuseas y siento pánico, aunque el cielo y la luna brillan fuertes en el fondo, y pienso que, tal vez, mi miedo a las alturas no es a las alturas, sino al suelo, a las paredes, a las barreras, porque al cielo no le temo nunca, ancho, inmenso y abarcador me cobija, y tampoco le temo al mar cuando lo veo desde arriba, lo ansío en su inmensidad, con su frescura, en cambio, al suelo le temo con cada parte de mí, al suelo le huyo, el suelo me marea, la ciudad me abruma, me marea, el suelo repleto de movimiento me hace temblar y mirar el cielo, que es esa altura que libera, que me hace sentir segura y libre, siempre libre.
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