Tomar la nada en nuestras manos, escoger nuestra nada favorita, la nada más nada de todas, y atraparla en una caja de cristal y cerrar la caja, ponerla en la mitad de la sala como nuestro adorno favorito. Mostrar orgullosos nuestra caja llena de nada, repleta de nada hasta en su esquina más aguda. Mostrar orgullosos nuestra nada, que es lo único y todo lo que hay en la caja y, entonces, nuestra nada favorita se convierte en todo y ya nada de ella es nada, porque la nada se ha hecho todo lo que vive atrapado en esa caja, en ese ataúd de cristal. Nuestra nada más nada de todas es, ahora, todo lo que es nada, toda nuestra nada. Sentarse y observar la nada, ver la nada, sentir la nada, contar la nada, ser la nada y, entonces, ser todo.
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