viernes, abril 15

Ciudad silenciosa

Pedro camina seguro hacia la parada del bus, su música favorita revienta en sus oídos y la ciudad pasa a su lado en silencio, ni el niño que grita, está rojo y con lágrimas cayendo por sus mejillas haciendo un berrinche perturba su paz, no lo oye, entonces, casi no lo ve. Anita, como siempre, va tarde a entregar su maqueta, se gastó la plata que su mamá le dio en una torta de chocolate el día anterior, así que tiene que sortear a todos mientras corre balanceando su maqueta para llegar a la parada del bus. Pedro no pierde la calma y mueve los dedos mientras tararea, esquiva a un perro que parece demasiado cariñoso y para a comprar un chocolate, se quita los audífonos, descubre el ruido de la ciudad por el minuto que le toma pedir y pagar el chocolate y, luego, de nuevo, se deshace de él recuperando la explosión de sonido en sus audífonos. Anita ya no sabe a qué santo más rogarle en silencio por que su profesor siga esperándola mientras no deja de correr, distraída en escoger a un santo nuevo, no se da cuenta de que está a punto de chocar. Pedro sigue andando acompasado sin mirar más de lo necesario a su alrededor, pero algo llama su atención: una chica con una maqueta casi más grande de lo que parece soportar corriendo lista para encontrarse con el poste del semáforo peatonal, sin dudarlo, se adelanta y la detiene tomándola del brazo. Anita siente una mano sosteniendo su brazo y vuelve a concentrarse en el camino, ve un poste en frente de ella y voltea. La música de Pedro parece dejar de sonar, pero el ruido de la cuidad no crece, todo se mantiene en silencio apenas la chica de la maqueta voltea, Pedro nunca había visto unos ojos tan dulces. El caos de Anita se detiene, su maqueta parece menos pesada y, por primera vez en el día, estable, sus rezos internos se callan y el ruido de la cuidad ya no está, se fue. Estos dos extraños se miran a los ojos como si fueran novios que, por hoy, quisieron jugar a no conocerse, su ciudad pierde la voz en este encuentro y los corazones de ambos parecen latir un poco más fuerte. Ni la maqueta, ni la música, ni el niño berrinchudo, ni el profesor, ni el perro demasiado cariñoso, ni el poste importan ahora, importan los ojos de estos dos extraños que se acaban de encontrar, importa la luz que refleja el uno en el otro, importa este momento de encuentro inesperado. Anita sonríe y Pedro, al verla, también. Anita le agradece, da media vuelta y continúa su camino, el tiempo vuelve a andar, el volumen de la música sube una vez más y la maqueta, en sus manos, tiembla de nuevo o, talvez, tiemblan sus manos como tiemblan las de Pedro, que camina tras de ella.

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