viernes, abril 1

Historias incompletas VII

La alarma sonó, pero no importaba, despertar y verla dormir en paz, a su lado, era lo único que importaba en ese momento para Fer, abrazarla más fuerte, volver a sentir su aroma, besar su espalda y enredarse, de nuevo, en el olor de su pelo, no importaba nada más; cálido, teniéndola en sus brazos, se volvió a dormir. No pasó mucho tiempo hasta que, en medio de la oscuridad, descubrió su silueta alzándose sobre él, sintió su pelo acariciar un poco su pecho y lo vio suelto, cayendo sobre él, acercándose un poco y encontró a la luz de esa silueta acercarse a darle un beso, terminó de abrir los ojos y vio los de Mora, llenos de luz, sonrió y la besó, mientras cada parte de él reaccionaba al sentir el suave contacto con su piel y sus manos atrapaban su cintura y jugaban a volver a conocerla. Para Fer era imposible no aferrarse a cada parte de Mora y acercarse a ella cada vez más, perderse en ella, en su aroma y en su piel, confundir su cuerpo con el suyo, para Fer, era imposible, también, no entregarse por completo cada vez que ella así lo quería y, así, se dejó ir en ese momento, que era de sus favoritos del día, se inundó de la libertad que sentía cada vez que le pertenecía y dejó que cada parte de él fuera de Mora por ese instante en el que cada parte de ella le pertenecía. Luego, no pudo contener sus ganas de abrazarla fuerte y atraparla sobre su pecho, donde a ella le gustaba tanto estar, mientras besaba su frente soñando que nunca lo soltara, que nunca se diera cuenta de cuán imprescindible era en su vida, de cuánto añoraba su aroma cada mañana que no despertaba a su lado, soñando que ese momento durara para siempre, que ese momento sea su siempre. Casi sin pensarlo, las palabras salieron como asustadas, como desesperadas "no me sueltes", ella solo acarició su pecho y no dijo nada, entonces, otras palabras, todavía más desesperadas, encontraron salida "¿me vas a soltar?". Esta vez, Mora respondió "no, no está en mis planes" y eso lo alivió, pudo sonreír y la atrapó aún más contra su pecho, ella le besó el cuello, lo que lo hizo desear no ir a trabajar y quedarse para siempre con Mora besando su cuello y abrazándolo fuerte, dándole paz. 

Recordó que era inevitable trabajar y empezó a hacerle cosquillas, aun cuando sabía que eso solo haría crecer su deseo, porque le encantaba verla reír, la encantaba verla descontrolada, tratando de no reír, de ser fuerte. Ya estaba, de nuevo, atrapado en esa sonrisa que tanto lo liberaba, que le daba tanta luz, mientras Mora pataleaba, reía y se retorcía tratando de escapar. Mientras él se perdía en su risa y sus ojos dulces, ella lo besó y supo que había perdido, que, de nuevo, le pertenecía por completo, y ella aprovechó para salir de la cama y escapar a la cocina. Mientras escuchaba sus pasos en la cocina, no podía evitar pensar en lo feliz que era cuando despertaba con Mora, en cómo alteraba eso sus días, en cuánta paz le daba la presencia de Mora, en lo bien que le hacía tenerla cerca, abrazarla y besarla, cada uno de sus besos, su risa y su alegría, lo mágica que era Mora para su vida. Mora entró, lo vio sentado, perdido en lo que fuera que estuviera pensando, se acercó a él, lo miró a los ojos y lo besó "a bañarse, señor", él la tomó por la cintura y la besó de nuevo "báñese conmigo, señora", ella rió y se negó y, de nuevo, escapó a la cocina. Fer se bañó, se cambió y fue a la cocina, donde estaba ella, moviendo su cuerpo al compás de, seguro, alguna canción alegre y vieja, de esas que le gustaban tanto, y leyendo, asumió, alguna parte nueva del libro, normalmente, evitaba interrumpirla cuando estaba concentrada así, pero verla bailar siempre era más fuerte que él, siempre lo hacía perder un poco el equilibro, se acercó, la atrapó por la cintura, olió su pelo, lo hizo a un lado y besó su cuello sintiendo la sorpresa en su piel, Mora volteó se colgó de su cuello y lo besó. Era tan fácil para ambos quedarse en ese momento, disfrutar ese instante de alegría y paz y dejarse estar que nada más pasaba por sus mentes, solo ese momento y sus sonrisas y esos besos, lo feliz que lo hacía Mora, lo fácil que se le hacía vivir cuando ella lo dejaba tomar su mano. Ella lo hizo despertar y desayunar para luego despedirlo con un beso y acompañarlo hasta la puerta, donde él la besó de nuevo, abrazándose fuerte a su cintura. Caminó hacia el ascensor y, como siempre que se iba, volteó a mirar a la mujer que tantas sonrisas le regalaba, ella sonrió y él no pudo resistirse, volvió a ella, la besó una vez más y besó su cuello para guardar, en su mente, ese olorcito que tanto le gustaba, ese aroma que lo acompañaba todo el día y lo hacía pensar en Mora y hacía que el tiempo antes de verla de nuevo sea menos largo.

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