lunes, abril 11

caminos

En el camino que, últimamente, tomo para llegar al trabajo, hay un árbol que me encanta, alto, muy alto, de tronco marrón, casi gris, sin muchas hojas, pero con un montón de flores rosas, lo veo y me parece dibujado o pintado, el fruto de la imaginación de alguien y lo veo y pienso que me gustaría ser yo quien lo imaginó, quien lo pintó así. No importa si estoy apurada o tengo tiempo de sobra, no puedo evitar detenerme a mirarlo siempre que paso a su lado, imponente, floreado y con las sombras perfectas me encandila, me invita a fotografiarlo, pero, siempre, como en casi todos los momentos en los que soy feliz, olvido tomarle fotos, lo veo, camino un poco más y volteo a verlo de nuevo y sigue ahí, es mi constante. Todo lo demás en mi camino parece cambiante, menos ese árbol, que es mi nuevo árbol favorito, todo lo demás es alterable, mi árbol, no, mi árbol está ahí para mí todos los días, incluso los días en los que no está en mi camino, mi árbol sigue ahí, repleto de flores y de luz, mi árbol sigue siendo para mí. Hoy, por primera vez, pasé de noche a su lado, con la sonrisa de la luna sobre él y sin gente a su alrededor, me quité las sandalias y me senté en el pasto que cubre sus raíces, lo sentí con mis pies descalzos y me recosté un rato a mirarlo desde abajo, a ver la luz de la luna a través de él, por entre sus ramas y sus flores y sonreí, casi sentía que no hacía falta nada más. Hoy, por primera vez, me detuve en él por completo y dejó de importar a dónde iba o de dónde venía , el camino era mi árbol, el camino era ese momento y eso me recordó que quiero vivir para disfrutar mi camino, mi meta no me importa, tampoco mi comienzo, me llena este momento y me abrazo fuerte a mi árbol, a este momento del camino en el que me atrevo a detenerme, me abrazo a sus flores y a la luz de esa luna que desaparece, pero que, ahora, está.

No hay comentarios: